jueves, 7 de marzo de 2013

El Papa y Chávez


Hay mucho para reflexionar sobre los dos grandes eventos que han ocurrido en estas semanas. La primera, la renuncia del papa Benedicto XVI y la segunda, el anuncio de la muerte de Hugo Chávez. Digo "anuncio" porque nunca se sabrá realmente cuándo murió. ¡Qué vergüenza!
A las pocas horas de la gran sorpresa que le dio Joseph Ratzinger al mundo y a la Iglesia en particular -la primera de ese tipo en más de 600 años-, en el Vaticano ya sabían hasta el color, el modelo de la sotana y el tipo de zapatos que debía usar el Pontífice que ahora lleva el título de Papa Emérito.
Aunque hay muchas fábulas dando vueltas por todos lados, no hubo cisma, no hubo peleas internas, tampoco sacudones dentro de la curia romana y los cardenales que tienen la obligación de elegir al sucesor de Pedro se han trasladado disciplinadamente a la sede católica para cumplir con una tradición que se ha venido repitiendo durante más de dos mil años. Mientras tanto, el Vaticano no tiene una cabeza visible, algo que también está previsto en las leyes de la Iglesia.
En Venezuela han  mantenido las cosas en el más absoluto misterio y los partidarios de Chávez se mueren de miedo por las consecuencias que pueda acarrear la muerte del caudillo. No saben qué leyes obedecer ni a qué trampa recurrir, pese a que el comandante dio una orden muy clara.
¿Dónde está la explicación a todo esto? Es muy simple. Los ciudadanos de “venezolandia”, “bolivialandia” y otros rincones del planeta, necesitan que un policía se pare al lado del semáforo para exigir respeto a la luz roja, de lo contrario nadie le haría caso. Por eso mismo es que estas “tribus” necesitan de un brujo, de un cacique o un mesías que sepa caminar sobre las aguas y que además sea inmortal. En el Vaticano hay dos milenios de civilización, por acá andamos todavía gateando.

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