El problema de la Alcaldía de Santa Cruz es que le sobran aliados al
oficialismo conducido por Percy Fernández. Y lo que debería ser una
ventaja, es decir, la formación de una “megacoalición” indestructible,
en la política criolla no funciona, pues no alcanzan las pegas para
repartir entre tantos comensales. De ahí que la “solución” al dilema
surja por la vía de un juego (también criollo y de nombre grotesco) que
los niños solían llamar “gataparida”.
Con lo sucedido el pasado martes en el Concejo Municipal, Santa Cruz se
ha sumado de lleno al golpismo predominante en la nueva democracia
nacional, donde el cálculo, las pulseadas y el abuso, se sobreponen a
las leyes. Tampoco vamos a decir que todo esto es nuevo, ya que el
Municipio de Santa Cruz ostenta el raro honor de haber tenido al primer
alcalde ilegal (1987-89) de la naciente democracia, elegido como una
“solución salomónica” ante un empantanamiento infranqueable entre dos
siglas que decían defender los intereses de la ciudad.
Precisamente el bienestar de la ciudadanía, las obras y el porvenir de
este municipio es lo que menos les ha interesado a los miembros del
Concejo y de todo el Municipio, que desde hace meses se encuentran
enfrascados en un grotesco conflicto, cuya “solución” ha sido más
escandalosa todavía.
La telenovela municipal cruceña tiene todos los ingredientes de la vieja
política que han resurgido en estos años con ímpetus autoritarios: el
chantaje, la oprobiosa instrumentalización de la justicia a favor de las
maniobras que han permitido ejecutar un acto de vendetta y el atropello
de algunos personajes que usan el transfugio y el camaleonismo con suma
facilidad para ponerlo al servicio del abuso.
Durante las últimas semanas se ha estado hablando de la necesidad de
buscar la unidad de las fuerzas políticas de Santa Cruz ante las
amenazas de golpe que se yerguen desde el centralismo. Con la última
noticia del Concejo, es imposible pensar en otra forma que no sea la
impostura, lo que anticipa que en la Gobernación podría ocurrir
exactamente lo mismo, con la complicidad de quienes dicen –de la boca
para afuera-, defender la autonomía, la democracia y el estado de
derecho.
Durante todo este tiempo de conflicto no ha surgido ni el menor atisbo
de búsqueda de diálogo, de respeto a la voluntad de la gente y, por lo
visto, las leyes tampoco importan para quienes sólo buscan acomodarse y
mantener las cuotas de poder que ponen en peligro la continuidad de la
gestión municipal.
Es obvio que la ciudad pierde con este tremendo embrollo que no parece
tener fin, pues a la vista surge que hay dos concejos paralelos que
buscarán mantener su vigencia. El prestigio de Santa Cruz, su
posicionamiento como la capital más importante del país, la que ostenta
el mayor presupuesto y la que ha estado buscando el liderazgo nacional,
se ha ido al tacho del basurero.
Con el bochornoso espectáculo del martes, caen en saco roto todas las
esperanzas de gestar un nuevo modelo de país desde Santa Cruz. Con ese
episodio, que demuestra inmadurez, falta de vocación democrática de los
líderes y altos niveles de corrupción, el Municipio ha quedado a la
altura de cualquiera de las alcaldías de pueblo donde reina la
inestabilidad.
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