lunes, 28 de julio de 2014
El «derecho» a soñar
El sueño del marido borrachín es tener una esposa muda, ciega y sorda que no le reclame cuando llega de madrugada con olor a perfume barato; el sueño del estudiante flojo es que su profesor se haga el tonto cuando copia; el sueño del que anda sin brevet y se pasa el semáforo en rojo es que el policía no lo vea o que lo deje tranquilo por 20 pesos; el sueño del trabajador mediocre es que no lo pillen durmiendo en la oficina, pero que no se atrasen con el pago del doble aguinaldo; el sueño del vendedor del mercado es seguir engañando con el peso; el sueño del narco es que pase su avioneta; el sueño del autero es que el Gobierno siga amagando con controlar, con fiscalizar y amenazar, con frenar el contrabando y la ilegalidad. Esa es la Bolivia que debía cambiar y que no cambia. Por eso es que no sorprende que haya políticos en nuestro país que sueñan con gobernar solos, sin parlamentarios de la oposición, sin debate, sin prensa, sin librepensadores.
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