El socialismo clásico no cuaja en Bolivia. Ni siquiera el más célebre de los socialistas, el emblemático “Che Guevara” pudo convencer a uno solo de los compatriotas con los que se topó en su traumático y fatal paso por nuestro país, donde encontró su tumba. Los bolivianos pueden ser pobres, miserables, marginados y todo lo que puedan imaginar los teóricos marxistas, pero son emprendedores y aspiran a ser propietarios, a producir, acumular riqueza, comprarse bienes, alquilar, expandir y por supuesto a crear renta, la expresión más característica del capitalismo.
Los centros mineros, los únicos proletarios del país, fueron durante décadas focos de propagación del marxismo más radical, pero ni siquiera fueron capaces de lograr la conversión de los campesinos de su vecindario, cuyo “comunitarismo” funciona sólo cuando hay que bloquear y elegir a sus dirigentes, pero que no interviene jamás en su propiedad.
Hace mucho que el vicepresidente García Linera abandonó sus postulados socialistas, sus teorías comunitarias y sus inventos de “capitalismo andino”, socialismo incaico y otras elucubraciones que inventaron para tratar de implantar algún modelo colectivista en Bolivia, pese a que el presidente Morales es precisamente el líder del gremio más capitalista que existe en el país, tan liberal que no admite controles estatales, no paga impuestos y que vive prácticamente bajo sus propias reglas.
Fue entonces que la administración del MAS decidió reincidir en la receta del estatismo, un modelo que jamás se ha apartado de la estructura político-económica de Bolivia, ya sea en democracia, en dictadura, con el neoliberalismo o con regímenes izquierdistas. La creación de empresas estatales no es una novedad en el país, la nacionalización y el intervencionismo tampoco y todos han sido experimentos fracasados, incapaces de crear una estructura productiva y menos ayudar a mejorar la calidad de vida de la gente.
Pero los dogmáticos son tozudos, mucho más los que enarbolan teorías muertas y si bien el Gobierno del MAS no puede estrellarse contra millones de emprendedores, pequeños empresarios, informales, pobres y otros disfrazados de pobres, cuentapropistas y otros grandes exponentes de la iniciativa privada, enemigos del socialismo, sí puede hacerlo contra un puñado de empresas a las que ha satanizado hasta el cansancio y a las que tiene bajo amenaza de liquidarlas en un proceso lento y doloroso.
Estas empresas, sobre todo las del oriente boliviano, las más productivas, exitosas y con la mejor imagen a nivel nacional porque han sabido diversificar, generar industria, crear empleos, exportar y abrir mercados, son el testimonio más claro de que la libertad y la iniciativa son el mejor camino para generar riqueza, como muy bien lo sabe un cocalero, un pastor de llamas del Altiplano o el dueño de una pequeña parcela de quinua en Potosí.
La existencia de esas empresas no conviene a la ideología estatista y paralizante de los dogmáticos gubernamentales, que pretenden poner al país entero con la mano extendida, exigiendo dádivas, ventajas o cualquier privilegio que emane de la voluntad del caudillo. Eso genera algarabía en las masas, sobre todo cuando viene en forma de pago doble. Es como un bingo, una rifa, una piñata, que viene llena, pero de baratijas. El doble aguinaldo no es más que otro capítulo de la destrucción de la libertad en Bolivia y la construcción de un adefesio socialista muy difícil de sostener.
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