Es triste ver a un país tan pobre, pero tan pobre como Venezuela, que lo único que tiene es dinero. Algunos no logran entender cómo es que una nación con las reservas más grandes de petróleo del mundo, que hace funcionar a la potencia más poderosa del planeta, enfrente hoy problemas tan básicos.
A los bolivianos nos conviene seguir muy de cerca el ejemplo venezolano porque corremos el riesgo de seguir su camino, no solo porque hemos estado poniendo al régimen chavista como modelo a imitar en la última década, sino porque compartimos la misma historia, que nos negamos a abandonar, pese a que hay excelentes modelos en América Latina, como Perú, Chile, Uruguay, Salvador, Colombia y otros, que decidieron hacer un cambio radical.
Los revolucionarios latinoamericanos hablaron siempre de que el problema central que explicaba nuestro atraso era financiero. Esas teorías han quedado totalmente sobrepasadas, pues lo que sobra hoy en nuestros países son recursos para financiar cualquier proyecto social y de desarrollo, para combatir la pobreza y construir un aparato productivo acorde a las necesidades de la población.
También se decía que la mayor dificultad era política, pues los recursos nacionales estaban en manos de oligarquías que respondían a intereses del imperialismo norteamericano. Hoy, no solo es cierto que la hegemonía estadounidense está en declive, sino que quienes conducen las naciones de la región, son líderes contestatarios, algunos revolucionarios y cuando menos, tienen libertad de acción y de disponer del poder y de conducir la economía como mejor les parezca sin mayores consecuencias. En el mundo actual es impensable concebir por ejemplo, una situación de embargo como la de Cuba pese a que muchos intentan emular el régimen castrista.
La crisis de Venezuela no es política y tampoco es financiera. El país caribeño, sometido a un esquema supuestamente socialista desde hace 14 años, está complicado por otro tipo de crisis que ha sido incapaz de atacar y que en todo caso, ha tratado de disimular con patética insistencia. La primera es la crisis alimentaria que afecta a todo el mundo, pero con mucho mayor rigor a los que no han sido capaces de solucionar la producción agraria, que han descuidado o que la mantienen acorralada a nombre de una ideología ineficaz y totalmente errada. Esta crisis acarrea inflación, escasez y por supuesto el malestar ciudadano que hoy quieren atribuir a supuestos afanes golpistas.
La segunda crisis está muy vinculada a la anterior y tiene que ver con el clima, con la falta de respuestas de nuestras naciones al cambio climático y a los desastres que este acarrea. En Bolivia estamos viviendo el azote despiadado que desnuda la ausencia de previsión y planificación de un Estado que, según lo prometieron los autores del cambio, iba a encargarse de todo y que nos conduciría a una vida más digna y abundante. Se nos asegura en estas circunstancias que los desastres no van a repercutir en la producción y el abastecimiento. Esa es una presunción que no tiene asideros teóricos y menos reales.
Finalmente está la crisis de inseguridad, del imperio de la delincuencia, el narcotráfico y de la violencia que crece sin control en los países que solo piensan en seguridad cuando se trata de control político, persecución y violación de derechos humanos. Nuestra pobreza no agudiza en la medida que no sabemos cómo atacar esos problemas.
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