El león es el rey de la selva, pero se guía por las leyes de la naturaleza. Si actuara bajo las reglas de la política hace mucho hubiera condenado a la inanición a los miembros de su especie, pues para poder comer debería tener el consenso de las hienas, la aprobación del sindicato de gacelas y las cebras ya hubieran formado un movimiento social o un partido político cuyo respaldo sería imprescindible para evitar que los búfalos tomaran el poder.
El mayor desastre de los benianos no ha sido la lluvia, tres veces más intensa que lo habitual, sino que los temporales le hubieran tocado en un año electoral. En consecuencia, los políticos, con más vocación por la búsqueda del poder y del voto que por el servicio público están conduciendo la emergencia de la forma más desastrosa que se podría imaginar, no porque sean ineficientes, torpes o les falte creatividad, sino porque la política en nuestro país sigue siendo contradictoria con la búsqueda de soluciones a los problemas, un verdadero antónimo de del bien común.
Existen registros de reuniones sostenidas en el mes de agosto del año pasado entre los responsables del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología (Senamhi) y las autoridades relacionadas con el campo, la producción, con defensa civil y todos quienes en el Gobierno deberían tener perfectamente aceitado el nervio de la previsión. En esos encuentros los expertos en el clima advirtieron sobre el tamaño del fenómeno que se venía y sobre las posibles consecuencias. Mucho antes, los ambientalistas, aunque no todos, porque los ecologistas del oficialismo no vieron nada, habían anunciado el desastre que ocasionaría en las llanuras benianas la construcción de las represas sobre el río Madeira, las mismas que, según algunos pronósticos, han convertido al Beni en un inmenso lago del que las aguas tardarán mucho en salir o tal vez nunca lo hagan.
Con el agua al cuello, los benianos han podido ser testigos del cálculo político más brutal y de la mayor indolencia que hayan podido imaginar en estas circunstancias. Los políticos llegaban muy rápido a los sitios inundados, pero en lugar de acarrear alimentos y medicinas, se preocupaban más de llevar a los equipos de prensa de los medios oficialistas que puedan registrar cada movimiento de los mandamases en campaña. Ahora sabemos muy bien los bolivianos para que compraron todos esos aviones, helicópteros y demás apartados caros, para qué han equipado tan bien a los militares y sobre todo, por qué se han ocupado tanto de mejorar los canales de comunicación y propaganda estatal. Los benianos saben mejor que nadie que todos esos "costosos juguetes" son para el uso y servicio exclusivo de la política y la prueba es que para atender las emergencias la única salida será el alquiler de naves del sector privado. Cómo no recordar con estos sucesos lo ocurrido durante el terremoto de Aiquile y Totora. Veremos si corren la misma suerte los responsables del desastre actual.
Pero hay algo que le sobra a los políticos y eso es arrogancia, soberbia, autosuficiencia. "Que no cunda el pánico, todo está controlado ¿cuál desastre?". Parecen héroes de mentirillas, cuando lo que buscan es no arruinar el cuento de hadas que le han pintado a la comunidad internacional, donde todos se preguntan cómo es que políticos de semejante nivel pretenden reunir a ciento treintaitantos gobernantes para mostrarles el paraíso que han creado y darles lecciones de cómo hacerlo.
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