martes, 28 de enero de 2014

El país de las maravillas

Bolivia tuvo la oportunidad de lucirse con el Mutún, con el litio, con la quinua, la planta de producción de urea, la producción de LNG, el complejo energético Rositas y muchos otros proyectos gigantescos pero viables y de gran repercusión en la transformación productiva de Bolivia, en la generación de nuevos polos de desarrollo, la creación de valor agregado y por supuesto, la promoción del empleo digno, la modernización de la economía y el aporte de recursos frescos para el Estado que ayudarían a mejorar los servicios para la población, a la que hoy se mantiene a saltos a punta de bonos y subsidios.

Ha sido una mezcla de inoperancia, de mala fe, falta de visión y una mezcla de todos estos factores lo que ha llevado a los estatistas de hoy a concentrar sus esfuerzos en proyectos de poca trascendencia, como una fábrica de papel donde no hay materia prima, un ingenio azucarero donde no hay caña o una planta de urea ubicada estratégicamente para que fracase y termine siendo un elefante blanco. En relación a la quinua tuvo que ser la FAO la que le abra los ojos al Gobierno para que se genere una reactivación del sector, pero aún así todo se conduce en medio de las pugnas entre campesinos, la politización y lo que queda se lo lleva el contrabando. Estamos muy lejos de crear una nueva cadena productiva que nos catapulte a la industrialización de este cultivo “de oro”.

El litio parece condenado a la postergación indefinida, pues los grandes inversores se dieron cuenta muy rápido que Bolivia no brinda ni la seguridad ni la seriedad para este tipo de emprendimientos. Del Mutún no vale la pena hablar pues este caso es el más emblemático.

Además de las empresas estatales que no producen o que lo hacen a costos muy altos, otras que se utilizan con fines políticos como Entel, las minas que pierden plata en pleno auge de precios y las petroleras nacionalizadas que cada vez se parecen más a las capitalizadas, el Gobierno busca la forma de poner su estrella en los escenarios mundiales, a la manera de las celebridades de Hollywood, dispuestas a todo para “robar cámara”.

Se está configurando un mundo mágico, paradisiaco y por supuesto imaginario que supuestamente pone a Bolivia en la era espacial, que les permite a los competidores del Dakar circular por el cielo y a los mandatarios del G-77, una instancia sin mayor trascendencia para nuestras prioridades, visitar “el país de las grandes transformaciones” (simbólicas) que ahora anuncia el ingreso a la era nuclear, una aventura en la que ningún científico racional estaría dispuesto a apostar.

Se nos trata de confundir con el cuento de que Bolivia ingresa en la era de la ciencia y la tecnología cuando lo que se hace no es más que someterse al colonialismo de las grandes potencias que siempre han aprovechado el espíritu despilfarrador de los caudillos para venderle toda clase de “juguetes caros” como los autos blindados que ahora le dan a nuestros gobernantes el halo de los famosos del cine.

Ocho años; más de cien mil millones de dólares. Es más de lo que hubiera imaginado cualquiera de los gobernantes anteriores al “proceso de cambio”. Cómo se va a transformar un país que usa ese dinero para reproducir y monopolizar el poder, para generar una red clientelar absolutamente servil al régimen y por último, para generar la idea de un país que se encumbra en el firmamento, algo que seguramente es motivo de ridículo en las esferas internacionales que miran con asombro esta esquizofrenia que no deja ver que todavía seguimos teniendo uno de los más altos índices de pobreza en el continente.

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