Los últimos en enterarse que se acabó la fiesta suelen ser los que más disfrutan de la farra. Ellos ahora están muy concentrados en el derroche y la politiquería como para escuchar el ruido de las piedras que trae el río Latinomericano, que desde hace años viene anunciando una nueva vuelta del círculo vicioso que se repite desde el Siglo 19 a través del modelo exportador de materias primas que nos obliga a experimentar constantemente el ciclo bonanza-escasez, que refuerza nuestra fragilidad y dependencia.
Las advertencias sobre un declive en la demanda y por ende, en el precio de las materias primas se han hecho desde diversos frentes pero una reciente medida del Banco Mundial parece no dejar dudas acerca de esta tendencia. La entidad financiera ha decidido reducir hasta en un 80 por ciento los flujos de capitales hacia las economías emergentes que han estado dinamizando la economía mundial y que le han permitido a Bolivia por ejemplo, gozar de un nivel de ingresos cinco veces superior. Esta menor liquidez global podría reducir el crecimiento de China, de India y de otros gigantes que han sido fuentes de crecimiento de muchas economías latinoamericanas.
Pese a que tantas veces ha tenido que repetir ciclos de “vacas flacas” combinados con breves periodos de bonanza, América Latina no ha sido capaz de abandonar su costosa adicción por las materias primas y lamentablemente, durante la última década la “primarización” de la economía se ha acentuado gracias al precio histórico de los commodities. Se calcula que en la actualidad, el 93 por ciento de la población de América Latina y el 97 por ciento de la actividad económica reside en países exportadores netos de productos primarios y la dependencia de las materias primas es del orden del 50 por ciento, mientras que los países del sudeste asiático han reducido la dependencia de los recursos naturales del 94 al 30 por ciento en los últimos treinta años. En 2010, casi una cuarta parte de los ingresos fiscales de los países latinoamericanos derivaban de las materias primas, en contraste con el 9% de los países desarrollados.
Este fenómeno incluye también a Chile, donde la minería representa el 20 por ciento del Producto Bruto Interno y el cobre corresponde al 60 por ciento de las exportaciones. Y si bien el modelo chileno no es el mejor ejemplo del camino que deben seguir las economías que buscan la diversificación, el valor agregado y la competitividad, por lo menos Chile ha sido un buen administrador, puesto que ha sabido capitalizar sus recursos y resguardarse de los vaivenes de la economía internacional.
Lo lamentable para el resto de los países es que de un momento a otro, la crisis podría retornar a la región y si bien el ministro de Economía, Luis Arce, dice que el país está blindado, el hecho de tener cuantiosas reservas no es ninguna garantía. En todos estos años, Bolivia, como muchos otros países, ha derrochado su dinero, no ha invertido lo suficiente en educación, en la transformación de su matriz productiva, en la formación y de modernización de sus recursos humanos y menos en ciencia y tecnología. No se ha hecho esfuerzos por modernizar el Estado, para luchar estructuralmente contra la pobreza, contra la corrupción, el rentismo y otros males endémicos del sector público. En cualquier momento nos puede azotar otra vez el vendaval y estaremos como siempre, con la emergencia de evitar que el país se nos muera y con el balance de una década perdida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario