El caso del retén de la doble vía La Guardia es el mejor ejemplo de que alrededor de la idea de “gobernar obedeciendo al pueblo” hay todo un mito y muchas trampas que se prestan a la demagogia y el populismo. Hace un año, el Gobierno nacional decidió eliminar el cobro del peaje, atendiendo el pedido de los transportistas y del municipio de La Guardia, que cayó en manos del MAS y desde aquella vez la carretera, una de las más modernas del país, se quedó sin presupuesto para el mantenimiento y hoy, esa vía tiene serios problemas de deterioro y en ciertos lugares directamente se ha vuelto intransitable.
En los días de Carnaval, la empresa que administra los peajes en el país, Vías Bolivia tuvo un arranque de viveza criolla y decidió reponer los retenes sin previo aviso, con el objetivo de quintuplicar sus ingresos ante la avalancha de viajeros por el feriado. Inmediatamente se produjo la “reacción popular”, es decir la de algunos vecinos de la zona y por supuesto, los transportistas, que sumados a la demagogia del alcalde de La Guardia, hicieron presión hasta conseguir el retiro de las improvisadas casetas. Muchas preguntas surgen a partir de este episodio que pinta de cuerpo entero al chapucero Estado boliviano: ¿Qué va a pasar con el dinero recaudado durante estos días? ¿Quién se va a hacer responsable del mantenimiento de la carretera? ¿Quién controla el abuso que se hace de la ruta, especialmente los camiones que transportan materiales de construcción?.
Nuestra posición es muy clara y está con la ley y el sentido común. Cualquier carretera necesita mantenimiento y eso se hace con el dinero que deben aportar quienes utilizan la ruta. Pensar en otra alternativa es quedarse con lo que tenemos, es decir, la desidia de las instituciones que dejarán que la doble vía termine por desaparecer, con tal de no molestar al ciudadano con el pago de dos monedas. Luego estos bloquearán el tráfico para que las autoridades reconstruyan la vía, con altos costos para el erario nacional y los funcionarios nuevamente y a su ritmo, obedecerán al pueblo y dirán que lo han hecho muy bien.
Este es apenas un ejemplo de lo que sucede en nuestro país. Los pueblos, los barrios, las provincias están llenas de obras que supuestamente han nacido del clamor del pueblo: canchitas, coliseos, mercados, mucha pavimentación, placitas públicas, monumentos, puentes y alguna que otra escuela. Esa es la recompensa que le ha dado el Gobierno a la gente por las multimillonarias ganancias que deja la exportación de recursos naturales y la población parece sentirse bien retribuida. A nadie se le ocurre exigir fábricas, producción, creación de empleos y menos aún, dejar de exportar parte del gas a Brasil o Argentina para utilizarlo en nuestra industrialización o al menos en la mejora de la calidad de vida. Todos están contentos con su bono, con su chequecito, con no pagar peaje y así sienten que el Gobierno cumple con ellos, sin darse cuenta que el grueso del dinero se va en otra cosa.
Hacer lo que diga la gente no es toda la democracia. Abraham Lincoln se hizo famoso por su frase “”Del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, lo que implica obedecer, pero también aplicar medidas correctivas que a veces no son populares, pero que buscan el bien común.
El populismo es todo lo contrario al bienestar ciudadano. Se dedica simplemente a distraer a la gente, a mantenerla contenta con prebendas, al igual que el padre irresponsable le da un caramelo al niño para que se calle y no moleste. En otras palabras, el populismo es la mejor manera de destruir la doble vía La Guardia y todo el país; y por el momento mantener a la gente contenta.
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