Algo tarde y con un minucioso criterio electoralista, el Gobierno ha comenzado a reaccionar en relación al desastre del Beni. Fiel a su estilo, ha anunciado la compra de dos helicópteros destinado a la evacuación de los inundados (será para la próxima) y también habla de la reconstrucción de viviendas, lo que le asegura al oficialismo todo un año de inauguraciones, entregas, cortes de cinta, tarimas y discursos interminables. Lluvia de dólares y cheques y nadie se acordará de la indolencia, del revanchismo y de todo lo que pudo haberse salvado de haber actuado a tiempo y sin el cálculo político que privilegia la ayuda a aquellos sectores, pueblos y comunidades afines al Gobierno. Las inundaciones han servido para que el Gobierno siente soberanía en ciertos lugares que se han vuelto impenetrables para la Gobernación del Beni, como el norte del departamento, donde Carmelo Lens -según él mismo lo denuncia-, no tiene posibilidad de pisada. En este contexto de hijos y entenados, los que se llevan la peor parte son los mismos de siempre, los indígenas benianos que se han quejado de que no les ha llegado ningún tipo de ayuda. La Central de Pueblos Étnicos Mojeños del Beni (CPEM-B) que aglutina a 150 comunidades ha hecho evidente que la historia de los nativos bolivianos no ha sufrido ningún cambio.
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