El 24 de septiembre del año pasado, algunas autoridades trataron de hacer pasar como un olvido o un lamentable descuido la omisión del Himno Cruceño durante el acto central de celebración de la fecha cívica más importante del departamento. El pasado 26 de febrero, cuando la ciudad capital de Santa Cruz festejaba los 453 años de su fundación, se pudo comprobar que tenía razón aquel maestro de ceremonia del municipio, quien aclaró que no hubo descuido, sino que ha sido el Gobierno central el que ha prohibido cualquier tipo de manifestación que ayude a realzar la identidad cruceña, sus rasgos culturales, sus valores, su historia y sus símbolos regionales.
Fue lamentable observar cómo una día tan memorable pasó prácticamente desapercibido, reducido a ceremonias brevísimas y deslucidas, casi clandestinas, donde quedó evidente que Santa Cruz no solo ha entregado los sables de la lucha democrática por la libertad, sino que ha abandonado totalmente los ideales que convirtieron a esta región en la más grande, la más pujante y la más orgullosa contribuyente al progreso del país.
Santa Cruz tiene una larga historia de rebeldía, no precisamente contra un gobierno en particular o contra un régimen específico, por su ideología o color político, sino que se ha mantenido firme a la hora de defender principios universales como la democracia, la libertad, la propiedad, la autodeterminación de los pueblos y del derecho de cualquier comunidad a dotarse de una identidad. Esos valores han permitido que nuestra región se mantenga firme, creciente y próspera pese a todos los vaivenes e inestabilidad que justamente azotaron y destruyeron a otras capitales y departamentos que no supieron pelear por su dignidad y por sus conquistas.
Todo el mundo tiene derecho a hacer pactos políticos, a cambiar de parecer y a actuar como un camaleón cuando la realidad así se lo imponga. No vamos a renegar de la cultura política boliviana caracterizada siempre por el transfugio y por la volatilidad de las ideas. Pero nadie puede asumir esas conductas a nombre de toda una región, de una ciudadanía, que sigue esperando de sus líderes las promesas de autonomía, de combate al centralismo, de participación política y fortalecimiento de la democracia y que en los últimos años no ha recibido más que ataques y persecución. Lamentablemente, con lo ocurrido en septiembre del año pasado, con lo del miércoles y con muchos otros eventos en los que se ha propiciado la humillación, no se ha hecho más que rifar la dignidad de todo un pueblo y con ella, las posibilidades de seguir marcando un destino prodigioso para Santa Cruz y para el país.
Las ideas evolucionan, las sociedades también y por supuesto, sus instituciones y sus líderes deben hacerlo. Los cruceños pueden haber cometido errores y seguramente necesitan madurar en diferentes aspectos, pero ¿qué alternativa es la que se nos propone al modelo existente? ¿Puede el socialismo prosperar en Santa Cruz? ¿Puede el socialismo mantener a la región en la senda del progreso? ¿Qué decimos del estatismo y de otras propuestas como el comunitarismo, el sindicalismo corrupto y mafioso que maneja el poder de la manera más clientelista que se puede imaginar? ¿Son esas las ideas que queremos para el futuro departamental? ¿Imaginamos a Santa Cruz como el Chapare, como un lugar avasallado por individuos destructivos, aislacionistas o queremos un futuro globalizante, integrado, abierto y emprendedor? Hay que decidirse antes de que Santa Cruz se suba al mismo tren que se subieron muchos bolivianos, hace mucho tiempo.
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