jueves, 29 de mayo de 2014
Cultura y folklore ¿quién da más?
Cuando las culturas primitivas lograban una buena pesca o una cosecha excepcional bailaban y cantaban en señal de festejo y lo hacían como les salía, sin pretensiones artísticas, pues el arte es en realidad la búsqueda del perfeccionamiento de esas expresiones populares humanas.
Desde entonces el sentido común ha asociado cultura con folklore y con el arte como si fueran exactamente lo mismo o lo que es peor, se ensalzan más las manifestaciones folklóricas y la verdadera cultura queda relegada a un segundo plano o a veces permanece ausente de nuestra concepción.
En otras palabras, “cultura” es el arado, la técnica y las prácticas que permitieron a los humanos primitivos transformar su realidad de tribus nómadas y recolectores en civilizaciones que inventaron la escritura, que construyeron pirámides, que llegaron al espacio y que invaden los mercados con sus productos, resultado del ingenio y la ciencia. La verdadera cultura es el dominio del fuego, la domesticación de los animales, la invención de la máquina y el forjado del hierro, mientras que para nosotros, lo “cultural” no pasa de la diablada, el charango y el taquirari que le canta al camba flojo y bebedor.
Los bolivianos estamos convencidos que nuestra máxima expresión cultural es Carnaval junto con sus grandes exponentes, por quienes brotamos pecho y nos enorgullecemos, como si representaran lo más excelso de nuestro ser y nuestro pensamiento, como si representaran nuestra inteligentzia y el modo de organizarnos. Y lamentablemente eso ocurre con frecuencia, pues los partidos y la manera de hacer política es casi un calco del modo cómo se organizan las comparsas y fraternidades y frecuentemente los concursos de belleza son un inagotable semillero para las candidaturas a cargos públicos.
¿Tiene cultura Bolivia? Claro que sí, pero nadie se fija en ella y muy pocos son los que buscan promoverla. El Ministerio de Culturas paga sumas exuberantes a cantorcitos que machacan estribillos contagiosos, pero nunca ha reparado por ejemplo, en rescatar la amplísima sapiencia que existe en relación a los tejidos ancestrales que habría que perfeccionar y dotarles de un sistema de producción y comercialización que les permita a los indígenas mejorar sus condiciones de vida. Bolivia tiene miles de variedades de papa ¿quién investiga eso? ¿quién lo desarrolla? ¿quién se encarga de mejorar los rendimientos para que el campesino surja, produzca más y genere riqueza y para que sus cantos no sean de lamento? ¿quién puede rescatar la sabiduría de las culturas hidráulicas de Moxos que pudieron vencer las inundaciones hace miles de años? ¿quién se encarga de promover el método de cultivo en escalinatas de los quechuas que permiten conservar los suelos y evitar la erosión? ¿acaso el Estado está incentivando como lo hace en otros campos, la investigación relacionada con la quinua?
Ni siquiera el arte, que es la manera que tienen los más iluminados de imaginar el futuro, tiene tanta promoción y frecuentemente se queda en pequeños círculos sociales, como si se tratara de algo elitista y prohibitivo. O que digan los responsables del proyecto Manzana 1 de Santa Cruz, que están por cerrar sus puertas porque les falta 350 dólares mensuales para cubrir sus costos.
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