Uno de los soldados detenidos en Chile manifestó públicamente su deseo de tirar todo el show al tacho y volver a su casa, contradiciendo la estrategia boliviana, que coincide con la treta chilena, de dilatar el proceso con el fin de prolongar el guión que cada día sube de tono...aparentemente.
La expresión del conscripto José Luis Fernández provocó un cortocircuito en la sala judicial de Santiago y obligó al juez a preguntarle dos veces si es que realmente deseaba acogerse a un juicio abreviado que suponía la expulsión inmediata, o seguir nomás con la película, cuyos principales protagonistas son la prepotencia chilena y las angurrias bolivianas por desatar una guerra simbólica con Chile en la que el propio presidente se ha ofrecido como carne de cañón.
Es simbólica, porque en términos reales, la incoherencia boliviana en el planteamiento del conflicto marítimo no hace más que favorecer a Chile. El lunes, en medio del fragor de la contienda verbal, el Gobierno boliviano anunciaba que Chile no será tomado en cuenta el 5 de abril para el acto de inauguración de la carretera Santa Cruz-Puerto Suárez, el último tramo del corredor de 3.000 kilómetros que unirá los océanos Atlántico y Pacífico y que fundamentalmente beneficiará a los puertos chilenos y brasileños.
Ese corredor es la gran ganancia que obtuvo Chile durante el periodo de cinco años de acercamiento que hubo entre los gobiernos de Evo Morales y la chilena Michelle Bachelet, mientras que Bolivia se quedó con las manos vacías. A quién le importa ahora que el invitado de honor sea Perú y no Chile, si el negocio ya está hecho y los dos países que necesitaban una urgente conexión vial (Brasil y Chile) han logrado lo que tanto buscaban, dejando a los bolivianos como simples mirones de palco. Nuestros vecinos ya no necesitan usurparnos territorio para beneficiarse de él, lo tienen a disposición por nuestra propia voluntad. Lo mismo pasa con el gas, cuya propiedad es de los brasileños y argentinos y con nuestra agua que usan los chilenos sin pagar ni una sola gota.
El simbolismo de la guerra boliviana por recuperar el mar no solo delata falsedad sino que nos perjudica, mientras que Chile no deja de obtener beneficios. Hace poco, al presidente Morales se le escapó la idea de trasladar todo el movimiento del comercio nacional hacia los puertos peruanos y los transportistas dijeron estar de acuerdo con la idea, aunque esto implique subir los costos. Nadie más volvió a mencionar este tema que pone los pelos de punta a la burguesía andina, mucho más que a los chilenos del norte cuya supervivencia depende de las cargas bolivianas. Por eso mismo es que nunca prosperó el proyecto de Ilo, justamente porque los mineros del país, los verdaderos dueños de este territorio, llámese cooperativistas, Comibol o San Cristóbal, embargaron para siempre el Litoral con el Tratado de 1904.
Esa amenaza de llevar el conflicto por el Tratado de 1904 a los Tribunales de La Haya también es artificial, pues no existe semejante posibilidad si no es con la venia chilena. Toda la parafernalia, los gastos, los discursos y las poses patrioteras son absolutamente vanas e inservibles.
La única forma de buscar una guerra real es defender los intereses de Bolivia, pensar en cómo obtener beneficios, buscar un diálogo sincero y la madurez que requiere un conflicto complejo. Eso parece estar muy lejos de regímenes que apenas atinan al show como medio de distraer la atención pública.
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