miércoles, 20 de febrero de 2013

Revoluciones sin futuro

Se vuelve cada vez más patética la forma cómo el régimen venezolano utiliza la figura de Hugo Chávez para mantener viva la existencia cada vez más misteriosa del líder de la revolución bolivariana. Está muy cerca de alcanzar lo que hace la dictadura comunista con el veterano Fidel Castro, donde el peso simbólico del comandante se ha convertido en algo así como un amuleto folklórico que funciona por inercia y, por supuesto, por obra de un aparato represivo muy bien aceitado que ha convertido a la isla en un estado carcelario.

A la insulsa fotografía mal retocada por los diseñadores cubanos, se ha sumado el retorno a hurtadillas del presidente Chávez a Caracas, quien comunicó por Twitter de su llegada, en lugar de haber convocado a las multitudes a aclamar su recuperación, como aseguran los comunicados oficiales. Llegar de sorpresa y de madrugada es la mejor manera de confirmar todas las sospechas que indican que Chávez está imposibilitado para gobernar, aunque desde el Gobierno insistan en que lo han visto caminando y que estén preparando vaya saber qué espectáculo para que juramente al cargo, de tal manera que el mandato de Nicolás Maduro quede legitimado.


Y aquí no se trata de discutir si Chávez está vivo, agonizante o totalmente recuperado sino de lamentar la situación en la que se encuentra todo el pueblo venezolano ante el ocaso de un caudillo que podría significar el retorno a la inestabilidad política, algo que a los propios herederos del régimen les provoca pánico, de otra manera no estuvieran organizando esas funciones circenses alrededor de un moribundo.

En Ecuador acaba de ganar de manera contundente y por tercera vez el presidente Rafael Correa, quien ha asegurado un nuevo mandato hasta el 2017. Seguramente son cinco años más de estabilidad para un país que casi iguala la marca boliviana en cambios, golpes y derrocamientos y que podría volver a la misma historia de tropiezos tras el ocaso de una “revolución” que no ha encontrado a los herederos adecuados y tampoco a los que sean capaces de imponer alguna alternativa que marque la evolución de la sociedad políticamente organizada.

Ninguno de los procesos políticos que se hacen llamar revolucionarios, pero que en todo caso son regímenes populistas de alto contenido autoritario, ha conseguido renovar su liderazgo, ni siquiera la Revolución cubana que lleva más de 50 años con las mismas caras encaramadas en una bestia que ha perdido todas sus formas. Y por más que en Venezuela, en Ecuador o en Bolivia le busquen mil torceduras a las leyes para conseguir la reelección indefinida, como ya lo está haciendo el MAS en estos días para conseguir cinco otros cinco años el 2014, “nadie es eterno”. Lo acaba de decir el presidente Evo Morales, quien ha denunciado con esta frase su temor a que el “proceso de cambio” se desmorone por completo por la falta de nuevos líderes.

El saldo que le queda al ciudadano es lamentable. Se trata de largos periodos de involución democrática, de afianzamiento de lacras como la corrupción, la injusticia y el autoritarismo y por supuesto, tiempo perdido en el combate a la pobreza, en avanzar en la educación y el fortalecimiento económico, puntos en los que sí han crecido países que en lugar de la revolución han optado por la alternancia, la institucionalidad y el pluralismo, como ha sucedido en Brasil, en Perú y en Chile. Ganar cinco años para un populista como Morales o Correa es nada para la larga historia de inestabilidad ecuatoriana, pero es mucho lujo para países que necesitan aprovechar cada minuto de su presente y su futuro.

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