En mis épocas de estudiante apareció uno de esos gurús ensabanados en la universidad ofreciendo una conferencia sobre “La paz mundial y cómo conseguirla”. El individuo, un mexicano muy encantador, se la pasó hablando de comida toda la noche, pero su charla era tan amena que nadie pestañeó.
La conclusión del experto era que si no cambiamos nuestros hábitos alimenticios no vamos a conseguir la añorada armonía, no solo porque nuestra forma de consumir está acelerando la escasez, sino porque ingerimos tantas toxinas, que nos volvemos cada día más violentos. Eso lo dijo hace 20 años y ahora nadie se atrevería a contradecirlo.
Me pasó otra. Estaba buscando la gran receta para combatir los nervios y el estrés y voy y me topo con una fórmula más vieja que el sur y más simple que la tabla del uno: aprender a respirar. Hacé como las tortugas, me dijeron, respiran cuatro veces por hora, meten mucho aire a los pulmones, lo retienen y lo van largando de a poquito. No solo consiguen vivir 200 y 300 años, sino que son los seres más tranquilos y pacientes sobre la tierra.
La última receta y tiene que ver con administración, ideas y creatividad, las armas más modernas para vencer en el mundo competitivo de hoy. Le preguntaron al famoso ejecutivo de una transnacional que consiguió sacar a la empresa de la amenaza de la bancarrota cuál era su clave para el éxito como gran hombre de negocios. Todos se cayeron de espalda con la respuesta: “Levantarme temprano y hacer una lista de todas las cosas que voy a hacer en el día”, contestó.
Después de estos humildes consejos y para llenar el espacio requerido por esta columna no me queda más que despedirme con un saludo típico de los brasileños: “Ventre corrente”, la clave de la felicidad.
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