Cada vez que aparece un nuevo informe sobre el estado de la libertad de expresión en Bolivia, todos vuelcan la mirada hacia los medios de comunicación y los periodistas, que en honor a la verdad, jamás han sido monedita de oro de ningún régimen político y tampoco gozan de la plena comprensión ciudadana, siempre proclive a ejercer controles y establecer cortapisas, ignorando muchas veces el riesgo al que se expone la democracia cuando no se garantiza este derecho tan fundamental, precedente del sistema republicano.
Muchos creen erróneamente que la libertad de expresión pertenece a quienes tienen el oficio y ejercen mucho más proactivamente su derecho a informar de los asuntos públicos, cuando esta garantía es preexistente a la libertad política, al pluralismo, a la libertad económica y a muchas otras formas de agrupación, de asociación y participación ciudadana. Es muy fácil estrellarse contra los periodistas, imperfectos como cualquier ser humano y pensar que el resto de la sociedad queda exenta de riesgos cuando hay cada vez menos canales de comunicación independientes.
La comunicación social no es un apéndice o un accesorio de la comunidad. Es parte vital de la sociedad y si acabáramos con todos los medios y con todos los periodistas, porque son feos y molestos, habría que inventar otros. Y que no piense el ciudadano crítico de los medios, que el Gobierno está dispuesto a hacer periodismo o a ejercer una comunicación abierta con toda esa avalancha de canales, periódicos y radios que ha comprado con dinero del pueblo. El riesgo que enfrenta una sociedad sin pluralismo es el efecto de un poder propagandístico y de adoctrinamiento, una dictadura informativa, sin posibilidades de disenso y tampoco de equilibrio en la información.
El hecho de que Bolivia siga retrocediendo en la clasificación mundial de la libertad de prensa, tal como lo expresa el último informe de Reporteros Sin Fronteras, es apenas un síntoma del deterioro de la democracia. Es un factor que muestra el espacio cada vez más reducido que tienen los ciudadanos para vivir en libertad.
Detrás del achicamiento de un espacio que supuestamente solo le pertenece a los periodistas –como decíamos-, es necesario advertir sobre un efecto muy cercano a este fenómeno: la libertad política y la ausencia cada vez más marcada del pluralismo y la disidencia, condiciones sine qua non para la vigencia de la democracia. Y volvemos al error. La mayoría piensa también que esta libertad les pertenece únicamente a los políticos, cuando en realidad la persecución, la judicialización y el encarcelamiento que sufren muchos líderes y dirigentes, es apenas un factor de disuasión hacia el pleno de la sociedad, que tiene menos espacios para expresarse, derecho que ya ni siquiera ejercen los miembros del partido, obligados a ser serviles y conniventes con graves hechos de corrupción.
Y terminamos hablando de la libertad económica, aspecto en el que Bolivia también anda muy mal, pues ocupa el puesto 104 entre los 144 países del mundo, según un informe del Instituto Fraser de Canadá. Hablar, expresarse, participar y hacer empresa son derechos fundamentales de la democracia y hoy en día están severamente amenazados en Bolivia. Todos ellos están íntimamente ligados entre sí y no le pertenecen a un sector en especial, sino que les afectan a todos.
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