Autoridades nacionales han hecho elocuentes alusiones al viejo problema de la demografía que revive un antiguo debate sobre el control de la natalidad y el mandato bíblico que ordena “creced y multiplicaos”.
Las aseveraciones de nuestros gobernantes llegan poco tiempo después de conocerse los resultados del Censo de Población y Vivienda que arrojan datos poco alentadores sobre la tasa de crecimiento y fecundidad, que sigue siendo una de las más bajas del continente, lo que convierte a nuestro territorio en un paraje de baja densidad de habitantes por kilómetro cuadrado en comparación con naciones de mayor crecimiento poblacional que en ciertos casos suele traducirse en mayor desarrollo económico y social.
La población es la base de cualquier Estado y su crecimiento armónico y equilibrado suele ser una fuente de riqueza, puesto que se trata de una reserva productiva y creativa invalorable. Los países que han logrado el control adecuado, cuidan muy bien su capital humano, lo promueven, lo alimentan y evitan a toda costa que se deteriore o se envejezca, como ha sucedido en algunos lugares de Europa, donde se les fue la mano con los controles.
Pero antes de lanzar una sugerencia tan arriesgada como prohibir el uso de los preservativos para incrementar la tasa de nacimientos en Bolivia, deberíamos analizar qué está ocurriendo con nuestra población actual y el primer tema que salta a la vista es la tasa de mortalidad infantil, que sigue siendo una de las más altas del continente, pese a que en el mundo este indicador ha sido notablemente mejorado. Según un reciente informe de la Unicef, la mortalidad infantil en menores de cinco años se redujo en 41% entre 1990 y 2011, mientras que Bolivia aún se encuentra entre los países que registran más de 50 muertes por cada 1.000 nacidos.
El siguiente dato tiene que ver con la incesante fuga de capital humano. Luego del fracaso que tuvieron decenas de miles de bolivianos que se fueron a Europa -especialmente a España-, escapando de la pobreza y la falta de oportunidades, se podría haber esperado que esos compatriotas retornarían al país para integrarse al periodo de bonanza económica y el “proceso de cambio”. Sin embargo, por las últimas noticias conocemos de la avalancha de bolivianos que se traslada constantemente a Brasil, donde incluso sufren problemas de explotación con ribetes de esclavismo. Eso es una prueba de que el auge nacional es simplemente un boom extractivista que no se traduce en cantidad y calidad de empleo y en productividad, algo que sí están experimentando los brasileños, donde las políticas sociales de la última década han mejorado sustancialmente el nivel de vida de la gente.
Antes de pensar en incrementar los nacimientos deberíamos examinar qué les espera a esos niños en materia de educación, de atención a la salud y de nutrición, porque también en esos temas andamos bastante flojos, puesto que el nivel de escolaridad sigue siendo lamentable y cuestión de hambre, las cifras de la FAO son lamentables: cada noche, dos millones de bolivianos se acuestan con el estómago vacío porque no tienen qué comer. Esta situación se traduce en niños con deficiencias de aprendizaje y por ende, jóvenes que tienen el futuro truncado y condenado a la marginalidad. No se puede entender que se pretenda multiplicar esta realidad, lo lógico sería atacarla de raíz.
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