Las parlamentarias que proponían castración a los autores de abusos contra la mujer; los que han decían que a los abusadores hay que discriminarlos como a lo peor y todos aquellos que han impulsado una nueva ley que castiga con mayor rigor la violencia intrafamiliar, deberían pronunciarse sobre la manera cómo la Policía Nacional está tratando el caso del asesinato de la periodista Hanalí Huaycho y el supuesto hallazgo del cadáver de su asesino, el teniente Jorge Clavijo.
Y deberían hacerlo hoy precisamente cuando se celebra el Día Internacional de la Mujer, fecha fijada para la promulgación de la nueva norma contra la violencia. Es necesario que brinden una explicación que ayude a entender cómo es que van a lograr que funcione una ley cuando las instituciones y los gobernantes siguen matando a las mujeres como lo han hecho con Hanalí Huaycho, asesinada por segunda ocasión por medio de ese montaje que llaman “investigación”.
La violencia es un hecho cotidiano en la realidad boliviana. La gente pelea en las calles para arreglar sus conflictos, los políticos se insultan y se agreden todo el tiempo, los profesores son agresivos con sus estudiantes y no vamos a esperar que dentro de la casa, los maridos sean suaves con sus esposas y con sus hijos, mucho más sabiendo que existe todo un marco de impunidad que los protege. La hombres de la Policía y el Ejército están entre los más abusivos de nuestro medio porque justamente son los que tienen la ley, las armas y el poder en sus manos y tal como se ha visto en el caso Clavijo, estas herramientas funcionan muy bien en un país donde las leyes, los procedimientos, los derechos y las garantías están en último lugar.
El caso Huaycho es paradigmático no solo en lo que respecta al tema de la violencia y la discriminación de género, sino que habla perfectamente de la total ausencia de Estado en Bolivia cuando se trata de proteger al ciudadano común. Es también el mejor ejemplo de que la política y las instituciones funcionan solo parar el grupo de privilegiados que gozan de su turno en la capitalización del poder. La periodista salvajemente asesinada en los días de carnaval realizó un largo peregrinaje en busca de la protección institucional que obligatoriamente debe existir en este país, al menos para justificar el denominativo “Estado”, y no obtuvo ninguna respuesta positiva.
Lamentablemente el círculo se ha cerrado, porque ni siquiera estando muerta y pese al escándalo que ha originado su fallecimiento, se le puede ofrecer un resquicio de justicia.
Las mujeres siguen estando solas en Bolivia, sin protección, de la misma forma que están solos los niños, la gente del campo, los estudiantes y toda aquella víctima de la injusticia que no disponga de los medios y de la influencia para hacerse escuchar y atender por el Estado.
Pero el cinismo parece ser una de las principales características de estos tiempos. Durante esta jornada se escucharán discursos de reivindicación de la mujer, se presenciarán gestos que hablan de un supuesto cambio de actitud, pero en definitiva se trata de un acercamiento netamente simbólico e ilusorio a una realidad que no cambia y que más bien tiende a empeorar, porque donde no hay justicia, anida el resentimiento, que también es una forma de violencia.
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