De aquí cien años, la primera década del Siglo XXI será recordada como el mejor periodo de América Latina. Ha sido la época de las “vacas gordas” gracias al excepcional incremento de los precios de las materias primas exportables, que han propiciado, como en el caso boliviano, ingresos extraordinarios hasta cinco veces superiores a los promedios de las décadas anteriores.
Muchos recordarán que en menos de dos años se jugaron un campeonato mundial de fútbol y una olimpiada en el mismo país; que algunos iniciaron la era espacial aprovechando la bonanza; que había una mandataria sudamericana que vestía Armani y Gucci y que incrementó nueve veces su patrimonio personal; que hubo un país con las mayores reservas mundiales de petróleo y que pese a los precios históricos del crudo, no tenía cómo abastecer con los productos básicos a su población; que había presidentes obsesionados con comprar aviones y armamentos y que gastaban millonadas en transmisiones de televisión y todas las formas de propaganda.
Pero tal vez eso quede en simple recuerdo y posiblemente no haya que esperar tanto tiempo, pues de acuerdo a las cifras que manejan los organismos internacionales, la bonanza podría estar llegando a su fin, tal como lo indica la desaceleración de las grandes economías mundiales que han alentado la compra de productos primarios y las fuertes dificultades que tienen las potencias europeas y norteamericanas para recuperarse de la crisis económica.
Hace mucho le exigen a los países latinoamericanos mayor responsabilidad en el manejo de su bonanza, pero muy pocos han atendido esa recomendación. A la lista que encabezan Chile, Uruguay, México y Brasil se han agregado muy pocos, tal vez Costa Rica, Perú y Colombia, pero la mayoría de los gobiernos de la región sigue empecinado en darle la espalda a los verdaderos desafíos, mientras derrochan a manos llenas el dinero, el tiempo y las potencialidades.
Acaban de publicarse los resultados de la famosa prueba PISA, sigla que significa Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes y que mide el nivel educativo en 65 países que representan el 80 por ciento de la población. Es el más importante y más prestigioso examen que se hace en el mundo y se ha convertido en un importante indicador del grado de desarrollo de las naciones y sobre todo de su potencialidad para generar prosperidad.
Tal como ha estado sucediendo en últimos años en los diez primeros puestos figuran varios países asiáticos, Shangai (China), Singapur, Hong Kong, Taipei, Corea del Sur, Macao (China) y Japón, acompañados de tres naciones europeas, Liechtenstein, Suiza y Holanda. Mientras tanto, en el puesto 51 de la lista aparece Chile, seguido de México (53), Uruguay (55), Costa Rica (56), Brasil (58), Argentina (59), Colombia (62) y Perú (65), los únicos latinoamericanos que califican dentro de los parámetros aceptables por PISA.
Lo más dramático para el continente de la bonanza, de los dobles aguinaldos, los aviones y los satélites, es que en comparación con los resultados del pasado, se observa un retroceso de los niveles educativos en los últimos tres años, a pesar de que supuestamente, los gobiernos populares y populistas han tomado a la educación como una prioridad, pero no logran que los estudiantes consigan mejores resultados en lectura, en escritura, matemáticas, comprensión y otros ítems que son evaluados por PISA.
Por último, no se necesita enfatizar en cuál es la receta que han seguido los países para convertirse en potencias. Los resultados saltan a la vista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario