viernes, 27 de diciembre de 2013

La idea era cambiar

“La riqueza de los pobres son sus hijos”. Esa es una realidad que lamentablemente sigue vigente en el país. Los niños son una fuerza de trabajo imprescindible en sus hogares, tanto en el campo como en la ciudad, donde el ingreso que consiguen sus padres no alcanza para satisfacer las necesidades mínimas. En el área rural, los niños deben cuidar los animales, cultivar y a veces hacer trabajos pesados propios de un adulto. En las capitales los chicos hacen de lustrabotas, cuidan autos, hacen malabarismos en las esquinas, son carretilleros en el mercado o meseros en las cantinas. En las comunidades campesinas las niñas son las que llevan la peor parte, pues además de estudiar, deben ayudar en las tareas de la casa y atender a sus hermanitos. Ellas son las primeras en abandonar el aula cuando se presenta algún problema como una enfermedad o el nacimiento de un nuevo integrante de la familia, al que deben cuidar. En la selva de cemento, las adolescentes también terminan siendo víctimas de su entorno laboral, pues en la calle, en los bares o en ciertos locales que les dan empleo suelen ser blanco fácil de la trata ilegal de personas. Esta es una realidad en Bolivia, muy dura y difícil de erradicar. Pero a muchos no les interesa cambiarla, comenzando por los padres que explotan a sus hijos en vez de obligarlos a estudiar. Por un momento pensamos que lo primero que iba a atacar el “Proceso de cambio” iba ser este problema.

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