El oficialismo acaba de aprobar una de las leyes más controversiales y
lo hizo en tiempo récord, como es su costumbre, sin haber dado tiempo ni
siquiera a una voz de advertencia de la oposición, cuya presencia en la
Asamblea Legislativa parece haber quedado reducida a la nada, al
silencio, al vacío o tal vez a una actitud que cada vez se parece más a
un acto de connivencia o cuando menos funcionalidad.
Nos referimos a la Ley de Empresas Públicas, que en términos muy simples
pero muy claros y contundentes, estimula, reglamenta e institucionaliza
la discrecionalidad en el manejo de las entidades estatales, pese a que
este ha sido justamente el punto más débil de la administración
masista, que no consigue ahuyentar los fantasmas de la corrupción, la
ineficiencia, la politización, los supernumerarios y tantas otras
flaquezas que en el pasado provocaron la quiebra, obligando al cierre
y/o el traspaso a manos privadas.
La nueva ley le otorga un fuero especial a las empresas estatales,
quedando libres de las normas y procedimientos anticorrupción, al margen
de la Ley Safco y por supuesto, con la libertad de hacer compras y
contrataciones sin licitación y sin mayor control que “sentido político”
de los dirigentes a cargo. Es más, cualquier irregularidad, como la que
se produjo con el escándalo de YPFB, los tiros, el muerto y el
presidente de la petrolera tras las rejas, deberá permanecer en secreto
según lo dicta la ley, que establece nuevas cláusulas de
confidencialidad cuya violación puede mandar a la cárcel al
denunciante.
¿Cómo es que ningún opositor hizo escándalo en los medios de
comunicación para denunciar semejante atentado a la política, a la cosa
pública y al corazón mismo de la democracia, sinónimo de respeto a las
leyes y transparencia? ¿No se enteraron? ¿O es que callaron por una
cuestión estratégica, pues el poder empresarial, muy emparentado a
ciertos grupos opositores se constituiría en uno de los beneficiarios de
esta suerte de libre albedrío administrativo?
Algunas encuestas son adversas hacia el Gobierno, pero no son menos
lapidarias con la oposición a la que le reprochan esta dejación de
fiscalización, una responsabilidad que deben ejercer por ley y por
mandato de la ciudadanía que les confió el voto. Es verdad que son
tiempos difíciles, pero también lo son para esos pocos que siguen
denunciando persecución política; para el reducido espacio de prensa
libre que queda en el país; para la Iglesia que sigue pregonando desde
sus púlpitos y para algunas organizaciones no gubernamentales que han
pasado a ser los nuevos enemigos del régimen. Lo es ahora y mucho más en
tiempos de dictadura, cuando hubo que arriesgar el pellejo para exigir
libertad.
Una encuesta realizada recientemente en las cuatro ciudades más pobladas
del país indica que casi el 60 por ciento de la ciudadanía rechaza el
trabajo de la oposición, un dato que se entiende muy bien en este
contexto del que hablábamos al principio, con un oficialismo jugando
como actor único en el terreno político. Esta cifra resulta altamente
contradictoria con la elocuencia y la impetuosidad que tratan de mostrar
algunos opositores lanzados ya al terreno electoral. Seguramente
tendrán que hacer muchos cambios de actitud antes de que se ganen la
credibilidad de los bolivianos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario