Alguien se hizo el olvidado el pasado 24 de septiembre y nada menos que con el Himno Cruceño en pleno acto central de la efeméride cruceña. O a lo mejor ese detalle ha formado parte del acuerdo establecido entre las élites y el Gobierno central, acción que ha sido bautizada como la “boda política del año” en Bolivia.
Si se tratara de la segunda opción, que no sería raro, pues más de una vez el presidente Morales demostró su desprecio por el Himno de Santa Cruz, no estaríamos entonces en presencia de un acuerdo, sino de una imposición que llega por la vía del chantaje. En ese caso, habría que aclararlo muy bien, pues de esa manera el oficialismo no se lanza a una piscina vacía y los autonomistas no pecan de “traidores”, estribillo que se repitió hasta el cansancio en las tribunas septembrinas.
No es conveniente que, ni el chantaje o el cambio de bando, nos hagan olvidar tan fácilmente las cosas. Santa Cruz tiene una historia y una trayectoria política que no puede ser ignorada ni por los mandamases locales de turno ni por los de afuera, que vienen a estrujar todos los días la cantaleta de que el oriente boliviano nunca ha tenido un liderazgo representativo o dirigido hacia el bien común.
Que venga entonces el centralismo a mostrarnos qué es lo que ha hecho por el país en estos 188 años en los que no ha hecho más que acumular tareas pendientes, sectores excluidos y un rosario de indicadores de miseria y pobreza que agobian a más de la mitad de la población. Que nos muestre el actual régimen, tan centralista como el peor, qué es lo que está haciendo para cambiar la estructura productiva del país, único cambio capaz de generar profundas transformaciones, ya que las canchitas de fútbol, los bonos y los coliseos, más allá de generar un alivio, cambian muy poco.
Los que se suben al exitismo populista y los que rifan el futuro de la región, olvidan que Santa Cruz, la región que hoy es la locomotora del país y que acaba de ser descubierta nada menos que por el presidente Morales (lo admite sin tapujos), estuvo marginada del contexto colonial y republicano durante más de 400 años y recién comenzó a “existir”, porque fueron los propios cruceños los que buscaron esa pertenencia que luego se materializó con un proyecto que ni siquiera fue forjado en Bolivia (Plan Bohan), ni por los bolivianos que se llenan la boca de tener una “mirada nacional”
Los nuevos cruceños olvidan que aquí se han conquistado las únicas migajas que se le ha conseguido usurpar a fuego y sangre al centralismo, como las regalías petroleras que ahora benefician a todos los departamentos; la democracia municipal, la elección de los prefectos y por último, el proceso autonómico que ha sido truncado también con violencia por este régimen que ha consolidado el mayor monopolio de poder y de recursos de toda la historia, algo que ayuda a profundizar la ineficiencia del Estado y a perpetuar la administración colonialista de Bolivia, centralizada y ausente de las necesidades de la periferia, a la que se visita para entregar canchitas y para hacer alguna transmisión televisiva.
Se puede olvidar todo, incluso las persecuciones políticas, las humillaciones, los insultos, los muertos y todos los abusos, pero no es admisible que los cruceños vuelvan a olvidar que el principal enemigo no es el MAS ni el actual gobierno (ellos fueron los que señalaron a Santa Cruz como enemigo), sino el centralismo que con esta alianza cobra vida por varias décadas más.
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