Como no podía ser de otra manera en este Estado “pluri-improvisado”, tenían que organizar una cumbre para analizar la situación de las cárceles del país, motivados por la masacre de Palmasola, un hecho previsible y por qué no decirlo, provocado por el modo en que funcionan las cosas en este país, donde los asuntos públicos son dejados al azar y a la voluntad de ciertos grupos de interesados, en este caso, los delincuentes que controlan la prisión.
Ninguna de las propuestas lanzadas en la dichosa cumbre es nueva. Durante los últimos 20 años en los que se ha agudizado la inseguridad en Santa Cruz y en la que gravita directamente el “alto mando” de Palmasola, se ha hablado de bloquear el funcionamiento de teléfonos celulares, de reducir la retardación de justicia, de introducir nuevas tecnologías para controlar a los presos, de frenar el ingreso de armas y de tantas propuestas que jamás se pusieron en práctica.
Los que ahora se preocupan por la existencia de pistolas, machetes y otros utensilios peligrosos en Palmasola, deberían indagar qué pasó con los detectores de metales que hace años entregó en donación la Fundación Jéssika Borda y que sospechosamente se arruinaron en repetidas ocasiones en las que la misma Policía actuó de manera muy misteriosa.
Los que ahora se asombran por esas 35 muertes que, como dice un célebre columnista, no han provocado ni siquiera la renuncia de un cabo, olvidan que la cárcel de Palmasola fue proyectada hace 30 años como un centro de alta seguridad y en el que debían invertir un presupuesto mayúsculo, dinero que se esfumó y que no alcanzó más que para construir una barda y unos cuántos galpones que ahora sirven como medio de lucro de una mafia que, según las denuncias, genera más de un millón de dólares por mes en alquileres.
En honor a la verdad, todos los gobiernos han pecado de acción y de omisión con el sistema penitenciario y la novedad ahora es que en lugar de disminuir, la retardación y el hacinamiento han aumentado durante un régimen que supuestamente lleva adelante una revolución en la justicia y en la lucha contra la corrupción.
El pronóstico no es nada bueno, pues las autoridades que ahora tienen más dinero disponible para buscar soluciones, se dedican exclusivamente a realizar diagnósticos y a lanzar propuestas estrambóticas como la de utilizar el satélite Tupak Katari para controlar a los presos o aplicar la justicia comunitaria en las ciudades. Justamente lo del 23 de agosto fue una manera de aplicar ese tipo de justicia, como hacen los miembros de comunidades rurales cuando apelan a los linchamientos. De lo que se trata es de cambiar y no profundizar la barbarie que genera la ausencia de Estado y la irresponsabilidad de los que conducen el denominado “proceso de cambio”.
Mientras los gobernantes no encaren las tareas pendientes y estructurales que aguardan atención y se mantengan en el aire de los discursos, los viajes y el proselitismo, no habrá solución ni para Palmasola ni ningún otro problema. Los desafíos son muy esenciales, pasan por justicia, combate a la corrupción, institucionalidad y tantos otros que son bien conocidos por todos, especialmente por los líderes que, vaya uno a saber por qué razón, siempre están en otra.
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