No vamos a hablar aquí de principios ideológicos, doctrinarios y menos de principios filosóficos, porque ha quedado demostrado que en la política boliviana no existen tales rarezas.
Para los líderes cruceños, que necesitan de la libertad como un ser vivo el oxígeno, da lo mismo hacer tratos con un régimen, cuya base de existencia estriba justamente en ponerle cortapisas a la propiedad, a la iniciativa privada y todos aquellos valores que han permitido que Santa Cruz sea muy distinta al resto de Bolivia.
Y para un Gobierno que dice ser socialista, también le vale un comino traicionar sus discursos y girar por conveniencia hacia una alianza con quienes han sido supuestamente sus más acérrimos enemigos. Parece ser una nueva versión de aquellos “ríos de sangre” que fueron cruzados en los años 90, y que si bien le dieron gobernabilidad al país y abrieron el camino hacia la democracia, fueron motivo de fuertes críticas de los sectores que luego se encaramaron sobre la degeneración de la denominada “democracia pactada” y que prometieron un cambio profundo.
No se trata de combatir el pragmatismo, pues siempre se ha defendido más bien la posibilidad de que los líderes nacionales hagan acuerdos sobre la base de las coincidencias, de principios básicos y siempre orientados hacia el bien común. El problema es que las alianzas que han socavado la democracia boliviana se han fundamentado en otras prioridades como el electoralismo, el prebendalismo y el clientelismo, vicios que en Bolivia fomentan la corrupción, el derroche y que impiden promover una verdadera estructura política y económica orientada al desarrollo.
Tampoco vamos a renegar aquí de la política criolla, cuyas perversiones seguramente llevará algún tiempo erradicar, pero justo en este 24 de septiembre, conviene reflexionar acerca de cuáles son aquellos principios que Santa Cruz debe poner por delante, antes de sellar su alianza con un régimen que hasta ahora no ha hecho más que poner en riesgo el aparato productivo regional, un patrimonio que no se forjó por obra y gracia de los políticos y que tampoco se labró de la noche a la mañana.
El primero de todos es Estabilidad, que también es sinónimo de seguridad. Santa Cruz ha crecido y es líder en exportaciones y en producción porque en esta región siempre ha habido una visión de largo alcance, que no esté sujeta a los caprichos de sectores, sindicatos y de bloqueadores profesionales (físicos y mentales) que han estancado a otras regiones. Eso de permitir las exportaciones y de prohibirlas mañana conspira contra este principio.
El segundo es Apertura. Aquí se incluye acceso a todos los mercados, libertad de crear empresas y de producir para exportar, promover la innovación y el intercambio. El estatismo es el peor enemigo de este modelo y si lo que pretende el Gobierno es llevar a Santa Cruz a ese terreno, va a convertir a la locomotora en un vagón de cola.
El tercero es Energía. Santa Cruz se hizo grande porque pudo aprovechar parte de la propia energía que ha sido extraída del subsuelo durante varias décadas. En este momento, por ejemplo, no existen las condiciones para que Tarija se convierta en un nuevo polo de desarrollo porque no aprovecha casi nada de lo que sale de sus ricos yacimientos y el dinero que genera se lo llevan los mismos politiqueros de siempre. Mientras tanto, el Gobierno se niega sistemáticamente a venderles energía a los empresarios bolivianos, especialmente a los cruceños. Una alianza que haga la vista gorda de estos principios es definitivamente conspirativa con los intereses de la región y del país.
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