domingo, 30 de septiembre de 2012

¿Puede cambiar Bolivia?

Los mineros cooperativistas acaban de anotarse una nueva victoria en su acelerada carrera depredadora de los recursos no renovables del país: se han adueñado de gran parte de la mina Colquiri, una de las más grandes y ricas del país. Sin embargo, esos obreros que estuvieron bloqueando las carreteras y que se enfrentaron a dinamitazos contra sus hermanos –los asalariados-, son hijos y nietos de mineros, tan pobres como ellos y seguramente sus descendientes también lo serán. Eso no es pesimismo, es la realidad de Bolivia desde mucho antes de que llegaran los conquistadores a estas tierras.

¿Qué diferencia existe entre dejar Huanuni o Colquiri en manos de las “diabólicas transnacionales” y entregárselas a los mineros, de cualquiera de los bandos mencionados? Prácticamente ninguna, pues dentro de unos años, los socavones quedarán vacíos como los del Cerro Rico y los mineros que supuestamente han sido los artífices de esa “recuperación patrimonial” seguirán tan miserables como siempre y dispuestos a bloquear, lanzar dinamitas y amenazar con tumbar al Gobierno de turno. Por su parte, el Estado seguirá con los “quintos” medidos para atender las interminables necesidades sociales y obviamente seguiremos en la cola de todas las estadísticas mundiales.

Lo que ocurre es que son muy pocos los que se benefician del modelo productivo boliviano, monoproductor y extractivista y en todo caso, jamás podremos cambiar las estructuras sociales, la cultura política, la situación de pobreza y atraso si no comenzamos a decirle la verdad a la gente.

La nacionalización y la industrialización de los recursos naturales han sido medidas que pudieron salvar a Bolivia de la postergación histórica en la que ha vivido durante 187 años. En realidad, jamás ha existido una ocasión más propicia para hacerlo. Teníamos a un Gobierno con una legalidad y legitimidad inéditas y una coyuntura económica generada desde el exterior que jamás se había dado y que ha posibilitado generar ingresos públicos, cinco veces superiores a los obtenidos en los periodos anteriores. Pero cualquiera puede darse cuenta que la situación de los bolivianos no es cinco veces mejor y apenas nos jactamos de unos escasos avances en la eliminación de la pobreza extrema.

Bolivia puede cambiar si la nacionalización no hubiera sido interpretada como un “chivoneo” de los recursos y si las empresas estatales no se hubieran convertido en agencias de empleo, refugio de los malvivientes de siempre que lucran con los contratos y las licitaciones.

Bolivia puede cambiar si los gobernantes se preocuparan por usar los recursos naturales y las ventajas de la nacionalización para invertirlas en la generación de fuentes productivas, en la creación de empleo digno en la diversificación de la economía, para que los hijos de esos mineros tengan mañana nuevas oportunidades y obviamente la posibilidad de salir de la pobreza.

Bolivia puede cambiar si los gobernantes estuvieran preocupados en el futuro del país y no en el porvenir político de ellos mismos, guiado por las angurrias de la perpetuación, que los lleva a construir una inmensa coraza de seguridad en la que se va más de la mitad del presupuesto.

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