El viceministro de Régimen Interior, Jorge Pérez, sabía exactamente dónde había comprado coca y trago el conductor de uno de los buses que intervinieron en el penoso accidente ocurrido la semana pasada cerca de San José de Chiquitos, con un saldo de 20 muertos y 53 heridos. No era difícil averiguarlo pues en cada parada, en cada tranca o “aguantadero” lo que más se vende es coca y trago y, por supuesto, los principales clientes son los choferes en general, no solo de los buses.
Hace un par de años este pequeño “detalle” fue motivo de una fuerte discusión pública a raíz de una ola de accidentes parecida a la que hemos vivido en este enero trágico, en el que han perdido la vida más de 80 personas y 153 resultaron heridas.
Los conductores de los buses beben y coquean como cualquier mortal, asambleísta o senador, y lo hacen mientras están trabajando (ídem). Eso no es ningún secreto y por lo mismo, fue motivo de duras normas que en su momento fueron rechazadas por los transportistas, quienes pese a todo, son los que imponen su ley, por encima de decretos, leyes y autoridades, que como se puede constatar en este triste episodio, son simples observadores, que se limitan a elaborar diagnósticos y emitir informes de los hechos consumados.
Es paradójico que por estos días, la Policía ande “fatigando” a la ciudadanía con el asuntito de la “revisión técnica”, trámite que le significa jugosos ingresos a la institución, pero en la Terminal de buses, donde nada debería escapárseles a los uniformados, apenas dos guardias son los encargados de vigilar el estado de cientos de vehículos y sus respectivos conductores, muchos de los cuales inician su recorrido bien avanzaditos en copas.
Está demostrado que las empresas que prestan el servicio de transporte no tienen la menor intención de mejorar y menos brindar la seguridad necesaria. Sus vehículos circulan en muy malas condiciones, sobreexplotan a los conductores y no hacen un adecuado control de los pasajeros, lo que da lugar a una peligrosa informalidad y por supuesto la sobrecarga de los buses, uno de los tres factores que más inciden en los accidentes, junto con el exceso de velocidad y el uso del alcohol.
Hoy se vuelve a hablar de endurecer las sanciones contra los infractores, también se propone establecer controles mediante tecnología satelital y muchas otras medidas, que lógicamente son necesarias, pero de nada sirve tanta rigidez si al final todo se queda en los papeles y las carreteras siguen huérfanas, a merced de los estragos de la coca y el trago. Y obviamente, en esas condiciones, las autoridades no dejan de ser coautores de las muertes ocurridas en los caminos, pues el descuido y el desgobierno son evidentes.
Es loable que Bolivia haya dado pasos importantes en la vertebración caminera y en la construcción de modernas carreteras, pero si este progreso no viene acompañado de un avance en materia de seguridad, educación vial, adecuada señalización y el establecimiento de normas que aseguren mejores condiciones en la circulación, el adelanto es muy relativo.
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