El pueblo tiene los gobernantes que se merece. La afirmación viene a propósito del famoso asambleísta violador que confundió el recinto legislativo con una cantina y que le dio rienda suelta a sus hormonas cuando sus neuronas se habían doblegado ante el alcohol. Rasgarse las vestiduras por un campesino, que por más títulos que le puedan otorgar, nunca dejará de beber y hacer sus cosas como le enseñaron sus ancestros es algo inútil y sobre todo es un acto de hipocresía cuando precisamente se acercan las fiestas del Carnaval, que servirán de
pretexto para que una gran porción de bolivianos de todas las layas, honores y cartones dejen salir sus más bajos instintos, como lo hizo el asambleísta, en público y consciente de la impunidad. No vamos a largar aquí rancios preceptos morales y menos cuando se avecinan las carnestolendas y las acostumbradas coplas presidenciales. Lo interesante del caso es que exista un consenso general para llamar “cultura” a todo lo que una presentadora de televisión llamó “fétido” y por culpa de ese ataque de sinceridad hoy sea el blanco del hostigamiento judicial que huele tan mal como el asambleísta chuquisaqueño y la ciudad después del Carnaval.
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