Cuesta creer que todo un barrio se levante y se trence a golpes con los gendarmes municipales para oponerse a la construcción de una escuela y defender una cancha donde se combina el fútbol con las apuestas y las borracheras. No es la primera vez que ocurre y tal vez por eso y porque conoce mejor que nadie la idiosincrasia nacional, el presidente Morales pasa mucho tiempo pateando una pelota e inaugurando canchitas de fútbol por todo el territorio nacional. ¿Y la educación? pues que espere.
Y mientras aquellos padres defienden una liga de barrigones que usan el fútbol como pretexto para sus juergas, otros hacen fila día y noche en algunos colegios llamados de "prestigio" para conseguir o conservar un cupo para sus hijos, ante el inicio de un nuevo año escolar. Casi todos esos establecimientos son administrados por curas y monjas que han conseguido plata del exterior para construir unos edificios decentes y en algunos casos "lujosos" en comparación con las desvencijadas escuelas públicas. El lujo consiste en tener baños que funcionen, vidrios en las ventanas, pizarrones que no estén rotos y profesores que asisten puntuales todos los días y que son supervisados por congregaciones religiosas de profunda vocación y trayectoria de siglos en la labor educativa.
Esos colegios, denominados "de convenio" no están sometidos al tortuoso calendario escolar lleno de huelgas, reuniones sindicales y juntas que le quitan tiempo a las aulas. En esos espacios tampoco existe la ideologización plurinacional que se ha enquistado en las escuelas públicas que dependen del Estado y en cambio se imparte una educación basada en valores perpetuos, acorde con las modernas estrategias pedagógicas que buscan cómo formar jóvenes que sean capaces de transformar la sociedad y no simplemente acomodarla a su conveniencia. La gente que no vive idiotizada por el fútbol y la política busca esos colegios, incluso varios de los ministros que están hoy en funciones se han formado allí, lo mismo que sus hijos. Por esa razón el Gobierno les hace la guerra, busca cómo adoctrinar a sus maestros, expulsar a los educadores de origen extranjero que trabajan allí y también ha conseguido arrebatarles varios de ellos en los lugares clave de avanzada política.
Está por empezar el nuevo año lectivo y la improvisación cunde en el sistema público, pese a que se está poniendo en marcha una nueva ley, con todo nuevo, métodos, programa, libros escritos en lenguas diferentes y por supuesto todo el discurso de “cambio” que la gente no quiere para sus hijos. Al Gobierno parece importarle poco, mientras los profesores no olviden de colgar la wiphala en la puerta y repetir la historia que se han inventado los nuevos fundadores de la Patria. El presupuesto educativo ha aumentado muy poco, los profesores siguen con las mismas falencias y una Alcaldía que apenas cumple con moldear el cemento cuando lo que se trata es de proyectar el futuro de los bolivianos.
Tal vez por eso es que el conocido educador Álvaro Puente, muy progresista por cierto y bastante apegado a las ideas políticas dominantes, dice que la educación boliviana es la peor del continente. Su lista de razones es muy grande y por supuesto tiene que ver con la calidad, los valores, la excelencia y el soporte científico, aspectos que no aparecen ni por asomo en el proceso de cambio.
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