El candidato ganador de las elecciones argentinas, Mauricio Macri, ha prometido un cambio de época, algo que suena muy pretencioso en un país que vive una era iniciada en los años 40, con el nacimiento del peronismo, cáncer del que han querido sanarse con los remedios más diversos, incluso con férreas dictaduras como la de 1976-1983.
No es por justificar, pero aquel periodo, denominado “Proceso de Reorganización Nacional” tuvo incluso el apoyo de la Unión Soviética, pues lo vieron como una oportunidad de librarse de un modelo que buscaba implantar el nazismo en América del Sur y que ha tenido la astucia de mimetizarse con todos los camuflajes posibles, sin dejar de abandonar su raíz populista y su actitud fascista.
Hoy todos recuerdan las atrocidades que cometieron los militares del “Proceso” y no terminan de perseguir a los culpables de los asesinatos, desapariciones y persecuciones. Lamentablemente nadie quiere mirar a los tiempos de horror del nacional-socialismo peronista, de la misma forma que en Bolivia suelen ignorarse los campos de concentración del “movimientismo”.
La memoria de los pueblos suele ser muy frágil y pocos tienen en cuenta que hasta el propio Daniel Scioli formó parte -con el Menemismo-, de un proceso de desarticulación del peronismo clásico, nutriéndolo con algunos conceptos liberales, objetivo que quedó trunco por la espantosa corrupción que carcomió las bases de ese proyecto político. El quiebre coincidió con la irrupción de ese mamarracho llamado Socialismo del Siglo XXI que le vino como anillo al dedo al viejo peronismo, que revivió con todas sus taras, abusos, personajes nefastos, el histrionismo que caracteriza a sus líderes, el anarcosindicalismo, el saqueo de las arcas públicas y una política paternalista que viene a ser el mejor cobijo de las sanguijuelas que no han dejado de chupar la sangre de la república en más de 70 años.
Así como lo pretende hacer hoy Macri hubo en este periodo otros intentos democráticos y con altos niveles de legitimidad como los encabezados por Arturo Frondizzi y Umberto Illía, considerados entre los mejores presidentes de la historia argentina y de los más honestos que han existido. Pero lo cierto es que ningún gobierno fuera de los regímenes peronistas ha podido culminar su mandato desde 1946 y así lo demuestran no solo los presidentes mencionados sino también otros como Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa, por mencionar los más recientes.
No es por ser pesimistas, pero el peronismo es tan ruin dentro como fuera del ejercicio del poder formal y con Macri intentarán hacer lo mismo que hicieron con otros que intentaron llevar a la Argentina por la senda del sentido común y la racionalidad que se perdió en los años 40, cuando pasó de ser potencia mundial a un país “sudaca” como cualquier otro de la región. El caso argentino es mucho peor que el boliviano. En nuestro país estamos frente al reto de no construir un modelo similar que podría consolidarse definitivamente a partir del pronunciamiento ciudadano que debe ocurrir el 21 de febrero de 2016.
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