lunes, 24 de agosto de 2015

"No queremos ser guardabosques"

Nuestros líderes tratan de comparar a Bolivia con la realidad de los países industrializados de finales del Siglo XVIII y principios del Siglo XIX, cuando entró en auge la Revolución Industrial. En ese tiempo, la lógica normal era aprovechar “a todo vapor” los recursos naturales para alimentar la máquina del progreso y el bienestar. Todos los ríos de Europa fueron contaminados, los bosques destruidos y tuvieron que invertir millonadas para recuperar, reforestar y restaurar, porque se dieron cuenta que de haber seguido por el mismo camino hubiera significado el suicidio.
Hoy la lógica es otra. Todos conocemos el beneficio de la sustentabilidad, del aprovechamiento racional y de las grandes riquezas que puede aportar a un país el mantenimiento de los bosques. Eso no solo lo saben los europeos; en Costa Rica lo han comprobado: se puede vivir bien bajo este nuevo paradigma e incluso han llegado a suplir casi todas sus necesidades energéticas con fuentes alternativas y renovables.
Falta mucho por hacer, es verdad, pero se trata de un camino irreversible. La industria, el mercado, las grandes tendencias productivas están girando hacia la sostenibilidad y de a poco las viejas prácticas van a ir quedando obsoletas. Incluso la gente va a cambiar de mentalidad, porque no queda otra salida. El planeta no aguanta más.
Es obvio que hay quienes marchan a contrapelo de esta tendencia y no nos referimos a Bolivia, que es menos que un lunar en esta inmensa galaxia de la industria, la economía, el consumo y la producción. China, India, Rusia, Brasil, por citar solo algunos ejemplos, son países que, al igual que nuestros líderes, se niegan a “ser los guardabosques del mundo” y quieren arrasar con todo, irrespetando las normas internacionales, aquellas que las grandes potencias han comenzado a acatar. Estados Unidos acaba de aprobar un nuevo compromiso para reducir los gases del efecto invernadero, aunque los clásicos antiimperialistas y anticapitalistas seguirán apuntando sus dardos hacia los norteamericanos, pese a que no hay mejor aliado del viejo capitalismo depredador que quienes se especializan en producir materias primas para alimentar las industrias pesadas.
Todavía no vemos los resultados, pero llegará el día en que el litio será el combustible predominante en los automóviles; la población de las grandes ciudades habrá cambiado sus hábitos; habrá menos desperdicios y las fuentes de energía tradicionales habrán ingresado en retroceso. Para ese día, cuando los rusos, los norteamericanos, los chinos y todos aquellos que saben planificar a largo plazo y son capaces de reinvertir sus riquezas en reciclarse y renovarse, nosotros estaremos contemplando desiertos donde antes había montes y pedregales donde hoy corren ríos que nos posibilitan la vida y los alimentos. Y mientras que otros estarán montados en el tren de la innovación y las tecnologías amistosas con el medio ambiente, nosotros no tendremos cómo reparar los daños. Ocurre hoy con el Cerro de Potosí, que no sabemos qué hacer con él y pasa con el río Magariño en el Chapare, donde acaba de ocurrir un derrame de petróleo y que desnuda la precariedad y la chapucería de la petrolera estatal que tanto orgullo nos produce.

El Estado y las ONG

Pudiera parecer exceso de soberbia decir que Bolivia ya no necesita a las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs), pero se han dicho cosas peores e incluso se ha llegado al extremo de afirmar que en nuestro país ya no es necesario pensar y que los únicos que tienen derecho a hacer política son unos cuantos iluminados que gozan de este y muchos otros privilegios. Forma parte de la lógica que impuso el estalinismo en la Unión Soviética y el nazismo en Alemania, donde se prohibieron los libros, la poesía, la ciencia y todo lo que pudiera contradecir la verdad absoluta del régimen de hierro. En esa época ya sonaba absurdo este oscurantismo medieval, imagínese ahora.   
Es verdad que el Estado boliviano se ha fortalecido, pero eso no implica necesariamente asegurar que las acciones estatales, las políticas públicas están dando buenos resultados y menos todavía, que estén apuntando a los verdaderos problemas del país. En el pasado, nuestra estructura gubernamental era tan débil que algunas ONGs debían mantener algunos viceministerios, diseñarles sus proyectos y hasta pagar los sueldos de los funcionarios. Y eso es nada, ciertas embajadas les hacían las compras a instituciones importantes como la Policía y el Ejército, pilares importantes de la represión estatal, hecho que no ha cambiado en lo absoluto.   
En este momento hay plata de sobra para pagar sueldos, contratar supernumerarios, abrir oficinas, crear ministerios, inventar reparticiones y ramificar hasta el hartazgo el aparato burocrático, pero eso no significa que se estén haciendo mejor las cosas. Solo para poner un ejemplo muy actual. Es la ONG del padre Mateo Bautista, que no es otra cosa que un grupo de voluntarios, los que se encargan de los pacientes con cáncer, los que han ayudado a construir un pabellón de terapia intensiva en un importante hospital público y los que cada año llevan adelante campañas para fortalecer la donación de sangre. Se trata de acciones que el Estado no hace y no le da la gana de hacer.
Y así como esta ONG hay muchas, atendiendo la salud, la educación, la producción, los desastres naturales, la violencia doméstica, la drogadicción, los ancianos, los huérfanos, etc. etc. Salvo cuando el Padre Mateo desnudó la realidad, cuando mostró que el Estado no existe para muchos bolivianos y que sigue siendo aparente en las realidades más lacerantes del país, el Gobierno alzó su voz para condenar al curita. Jamás se ha escuchado a los gobernantes reclamar jurisdicción y pelear por hacerse cargo de esos grupos y esos problemas y en todo caso la tendencia es a lavarse las manos y excusarse.
 Pero yendo al fondo de las cosas ¿cuál es el mejor modelo a seguir? Obviamente el de las ONGs, porque se trata de entidades que ayudan a fortalecer la acción ciudadana, la autogestión y que buscan soluciones genuinas. Esta es una fórmula que tiene que ver con la autonomía, la descentralización y la subsidiaridad, incluso con los movimientos populares a los que el papa Francisco alentó a movilizarse, a agruparse y a trabajar por la comunidad, por el barrio y las familias. En realidad, estas formas de trabajar que están en boga en todo el mundo, son los peores enemigos del viejo Estado totalitario que se busca imponer en Bolivia, pero que está en decadencia en nuestra civilización, que está progresando, aunque muchos no lo noten.

¿Otra vez gas a Chile?

El vicepresidente García Linera no dijo que vamos a venderle gas a Chile puesto que eso depende de nuestras barreras “patrióticas”; de los muros mentales que nos hemos puesto los bolivianos para tener siempre una excusa a mano y de la necesidad de los nuestros líderes mediocres de usar el mar como único medio de cohesión de la ciudadanía.
Lo que dijo en realidad fue que Bolivia está obligada a venderle gas a Chile si es que aspira a convertirse en una potencia energética y, en las circunstancias actuales, a sobrevivir y a no repetir las viejas experiencias de crisis económicas, inestabilidad política y agitación social.
García Linera habló de Chile y el gas frente a las empresas petroleras que no se creen todos los cuentos y arengas patrioteras y saben muy bien que las inversiones, la exploración, la producción y el crecimiento de la industria gasífera boliviana dependen de la apertura de un nuevo gran mercado, a la misma altura de Argentina y Brasil. Eso lo sabía Gonzalo Sánchez de Lozada en el 2003 y los actuales conductores políticos no sólo tumbaron el proyecto, sino que lo condenaron tal vez para siempre al olvido, lo que equivale a sentenciar también el futuro del país.
Después de hablar de Chile, el vice les ofreció plata a las petroleras para venir a invertir. Les habló de mil millones de dólares, una bicoca comparada con lo que tienen que arriesgar en el contexto de bajos precios y sobre todo, sin tener la certeza de un mercado como el chileno.
Es increíble que la situación actual nos lleve directamente a 1879, cuando Bolivia sobrevivía con las migajas que obtenía de Chile por la explotación del guano y el salitre. Y cuando se acabó ese goteo, tuvo que firmar su rendición en 1904, pues lo contrario hubiera significado morirnos de hambre y sellar la desaparición definitiva de Bolivia.
Por ahora, el presidente Morales mantiene la postura, pero ya lo dijo un prominente personaje del “Proceso de Cambio”: “Con la dignidad no se come” y precisamente la afirmación del vicepresidente, que viene acompañada de otras medidas como el ofrecimiento en bandeja de las áreas protegidas y la nueva pateadura de indígenas, son la muestra de que la desesperación por la caída de los ingresos está comenzando a cundir en las filas oficialistas.
Además, el mercado chileno no solo sería crucial para incrementar los volúmenes de producción y evitar el derrumbe de la renta petrolera, sino también para reducir el riesgo en el que se encuentran los contratos con Brasil y Argentina, aquejados por falta de reservas y una reducción paulatina de la producción.
El vicepresidente seguramente habrá considerado otros aspectos a la hora de hacer esa aseveración tan arriesgada pero con tanto sentido de la realidad. Él está en mejores condiciones que nadie para saber las expectativas que existen en La Haya y por otro lado, siente que hoy el gobierno tiene mucho más fuerza de lo que tenía la administración de Sánchez de Lozada para llevar adelante una iniciativa rodeada de tantos anticuerpos. Pero sobre todo, conoce la verdadera situación económica del país y desde ahí puede ver la única tabla de salvación tanto del país como del proceso político que él conduce.

Sin plata, sin gas y sin agua

La población tarijeña creció de forma impresionante en los últimos años. Mucha gente dejó el campo y se mudó a la tierra prometida, al paraíso del gas, a la región que cuadruplicó sus ingresos. Se calcula en diez años el número de habitantes creció desde 180 mil a los 250 mil y sin duda alguna, el nivel de recursos públicos hubiera alcanzado para repetir la hazaña que se logró en Santa Cruz con las famosas regalías petroleras de los años '60, muchísimo más módicas, pero que al menos sirvieron para que la ciudad pasara de ser una aldea a una urbe con servicios básicos, pavimento y cierto bienestar. No es para tanto, pero al menos es lo mejorcito que tenemos en el país y fue conseguido gracias a los liderazgos que tanto se vilipendian en la actualidad y que lamentablemente están dormidos. El hecho es que quienes gobernaron en Tarija en la última década no solo se farrearon la plata de hoy, sino también la que viene y la que vendrá (si es que viene, porque con el bajón de los precios del gas nadie sabe). El alcalde de Tarija, Rodrigo Paz, comentaba hace unos días que la cosa está muy fea para el municipio y la gobernación. Y para la gente, peor. Más de la cuarta parte de los tarijeños de la capital no tiene servicio de agua potable.

martes, 11 de agosto de 2015

Bolivia sin periodistas

Ha sido doloroso observar que valiosos periodistas bolivianos se han visto obligados a dejar sus espacios debido a evidentes presiones del poder político que no disimula su desdén por la prensa que denuncia, investiga, cuestiona y critica, misiones fundamentales que debe cumplir cualquier medio de comunicación que busque la manera de contribuir al fortalecimiento de la democracia y por el ende al bienestar de la población. Está demostrado que esos tres factores van de la mano de manera indisoluble.
Cualquiera que observe detenidamente la prensa, la televisión, la radio, las revistas o cualquier instrumento de comunicación masiva se dará cuenta que los espacios periodísticos están desapareciendo para dar lugar a la propaganda ya sea directa o indirecta, especialmente ligada a las instituciones públicas que derrochan ingentes cantidades de recursos en publicitar obras y gestiones, egos y figuras que todos sabemos han tenido resultados desastrosos, tal como lo acredita la situación de decenas de municipios y gobernaciones que están en la quiebra.
Los que no dan un paso al costado, como lo hizo una connotada comunicadora que no tuvo reparos en afirmar que antes de que le corten la cabeza, ella misma se la ofrece al régimen gobernante, están sobreviviendo en medio de la autocensura y la  “farandulización” del periodismo que de a poco nos está conduciendo a incrementar la cantidad de basura, hecho que no le incomoda al poder, siempre ávido de circo. Aquí por supuesto se inserta el periodismo de crónica roja que inunda los noticieros y que nos da la sensación de que vivimos en una zona de guerra, elemento igualmente funcional a los intereses que nos gobiernan para el que siempre es oportuno mantener a la ciudadanía en vilo.
El poco periodismo que se está haciendo, es decir, el que busca el interés público y es irreverente con el poder, actúa bajo un constante acoso que puede llegar incluso al encarcelamiento, como ocurrió durante el conflicto potosino; también existe un hostigamiento hacia los propietarios de los medios a través de la hiperfiscalización estatal y la discriminación publicitaria que busca precisamente la muerte por inanición.
Obviamente es imposible pensar en un país próspero con una democracia saludable sin la existencia de periodistas que ejerzan su actividad en un marco de respeto, libertad y pluralismo, que promueve el debate y demanda eficiencia y transparencia a los servidores públicos. Es lamentable que Bolivia esté a contrapelo de la historia y de las tendencias mundiales que avanzan hacia los gobiernos abiertos, que promueven el acceso a la información pública y contribuyen para que los ciudadanos permanezcan siempre informados y conscientes de lo que hacen los mandatarios, aquellos que exigen el voto a cambio de respetar las leyes y rendir cuenta de sus actos.
Es verdad que las redes sociales ayudan a romper el oscurantismo y al final todo llega a saberse. El problema es que los medios electrónicos, además de impulsar la divulgación, la discusión y las críticas, también alientan la indignación de la gente y eso se puede ver muy claramente en Brasil o Venezuela, donde parecería que solo falta una gota para que todo explosione.

Primero el ciudadano

Se ha puesto de moda el federalismo, ayer fue la autonomía. Pese a que el Muro de Berlín lleva caído 26 años, hay quienes siguen insistiendo con resucitar los muertos. Cuba se vende al mejor postor, incluso si es Mr. Sam (el hambre no tiene ideología) y aun así quieren repetir ese desastre aquí, donde no falta mucho para entrar en la caída libre de Venezuela o Argentina.
Ningún sistema de gobierno o forma de Estado puede dar resultado por sí misma si no existe un cambio de cultura política. Argentina, por ejemplo, es federal, pero antes que eso, es gobernada desde los años 40 del siglo pasado por el populismo centralista, intervencionista, abusivo y corrupto que no permite advertir siquiera las bondades de un modelo descentralizado, pues la mayoría de los gobiernos locales y subregionales responden a las directrices del caudillo de turno, que “le mete nomás”, aunque sea federal.
España lleva años ya con la autonomía, pero el país no consigue salir del estigma del atraso caracterizado por la repetición de ciclos de “bonanza-crisis” que forman parte de la historia latinoamericana, donde se ha probado de todo, desde la más radical de las izquierdas, hasta la más recalcitrante de las dictaduras fascistas, sin conseguir resultados diferentes, ni siquiera la esperanza de quemar las naves del subdesarrollo. Pensábamos que Chile y Brasil habían conseguido desprenderse del pelotón, pero lamentablemente falta mucho para que surja una Corea, un Singapur o una Finlandia.
Nuestra cultura política sigue pensando exactamente al revés y por ello pone los bueyes atrás del carro. Nuestro mesianismo arraigado en los genes nos dice que será un caudillo, un líder, un sistema político, algún iluminado el que vendrá a sacarnos del pozo, cuando de esos hemos tenido de sobra, uno más hablanchín que el otro y con grandes poderes de convencimiento. Región más rica en recursos naturales no hay como Latinoamérica, pero siempre nos quejábamos de que lo que hacía falta era plata, pues el imperialismo, los precios y la injusticia nos jugaban sucio y ahí seguíamos. Pero llegó la bonanza, llovió el café, los dólares y el maná del cielo, pero seguimos contando las moneditas, haciendo cálculos y buscando la forma que la gente no note lo que está pasando: que nuestro cuarto de hora se está acabando y en cualquier momento tendremos que meter el rabo entre las piernas y pedirle auxilio a los grandotes, a esos que hemos estado insultando, por puro atrevidos nomás.
De todo lo que hemos hecho, hay algo que nos falta y ojalá un día lo aprendamos. Tenemos que formar al ciudadano, educarlo, cuidarlo para que no se enferme, para que sea creativo, trabaje y no espere que venga un cacique o un brujo, lance unos polvos mágicos para que su vida cambie de un día para otro. El día que ayudemos aunque sea un poco, a cambiar la mentalidad de la gente, con educación, con conciencia de sus roles, derechos y obligaciones, con capacidad para demandar todos los días y exigir que sus gobernantes no sean payasos y mentirosos, habrá llegado el momento de colocar adelante líderes a medida de esos individuos. Obviamente, ellos sabrán elegir no solo a sus conductores, sino también la forma de gobierno y el modelo de estado mejores. Será el ocaso de los tiranos que hoy en día hacen de todo para evitar que haya ciudadanos íntegros.

¿Cuáles traumas?

Han causado malestar en el gobierno las declaraciones del excanciller y embajador de Bolivia ante la Santa Sede, Armando Loaiza, quien afirmó hace algunas semanas que esperaba contribuir para que el presidente Evo Morales se quite el trauma anticatólico, que según interpretó, proviene de un entorno “marxistoide” que acompaña al primer mandatario. El vicepresidente García Linera ha reaccionado muy vehemente y dijo que están fuera de lugar esas declaraciones que hizo el representante diplomático ante un canal estatal de Chile. En lugar de incomodarse, las autoridades gubernamentales deberían desmentir a Loaiza. Deberían demostrar que en estos años el régimen plurinacional no ha hostigado en ningún momento a la Iglesia Católica; tampoco prohibió la enseñanza de la religión en los colegios; en ningún momento retiró la cruz y la Biblia del Congreso Nacional; no ordenó el cierre de la Normal Católica de Bolivia; no le ha hecho la guerra a los colegios de convenio y tampoco se ha burlado de la Iglesia cuando sus líderes se lamentaron hace poco que el doble aguinaldo ponía en riesgo la estabilidad financiera de los hogares que dependen de congregaciones religiosas católicas. Deberían desmentirlo.

Llama ya

Esto de los idiomas nativos se está volviendo un carnaval, como corresponde en esta amada Bolivia. La mejor forma de verlo es con la respuesta que dio el presidente del Senado, José Alberto Gonzales, quien confesó que prefiere compartir con su familia en lugar de ir a un curso de aymara o quechua y cumplir con un requisito que él muy bien sabe que solo se lo van a exigir al que les dé la gana. Hubiera bastado que los funcionarios públicos aprendan la más famosa de las frases en lengua nativa y que tanto repiten nuestros gobernantes para dar la impresión de que estamos progresando: “Ama Sua, Ama Llulla, Ama Quella”. Pero lamentablemente muy pocos se la toman en serio y lo único que sigue valiendo en este país es la viveza criolla, como la que tuvieron algunos en La Paz, que andan por todas las oficinas estatales ofreciendo certificados de dominio de lenguas nativas a precios que oscilan entre los 26 y 290 bolivianos. Está tan arraigada esta identidad nacional que ni siquiera el Viceministerio de Descolonización consigue salvarse. En esta oficina, según lo reporta el diario La Razón, hay un letrero que ofrece la certificación en lengua aymara en un mes, al precio módico de 200 bolivianos, con refrigerio incluido.

jueves, 6 de agosto de 2015

Nuestros votos y anhelos

Se cumplen 190 años de la Independencia de Bolivia y pese a todos los discursos exitistas que solemos escuchar, no cabe duda que siguen pendientes muchos de los ideales que llevaron a los héroes de la libertad a ofrendar sus vidas para conseguir la soberanía del país.
Tenemos un gobierno; tenemos un territorio consolidado y que aparentemente está libre de amenazas; una población que se identifica con el rojo, amarillo y verde y que supuestamente está orgullosa de su pertenencia y, por último, son incontables las leyes, normas, códigos e instituciones que, en teoría, terminan de darle forma a este Estado cuyos conductores dicen haber liberado definitivamente.
No vamos a pretender que todos los problemas estén resueltos, aunque 190 años es tiempo suficiente para tener al menos el camino trazado hacia esos “Votos y anhelos” de los que habla el Himno Nacional, es decir, los compromisos y aspiraciones que tienen los bolivianos.
Con el conflicto potosino, tan largo y doloroso, nos pudimos dar cuenta que se hace mucho, pero al mismo tiempo nada por atacar los viejos problemas de Bolivia, aquellos que tanto nos preocupan, que están presentes en los discursos, en las promesas, en los planes, en las noticias, las estadísticas y por supuesto en las protestas y bloqueos, aunque algunos crean que dan risa o que son inventados.
Lo que ocurre es que a veces da la impresión de que Bolivia quiere volar, irse al espacio, alcanzar al mundo desarrollado, pero olvida temas fundamentales que de no resolverse, continuarán estructurando el país de unos cuantos, aquellos eternos privilegiados, los que heredaron posiciones desde la colonia, los que tuvieron la suerte de nacer en cuna de oro o los que tienen la habilidad para llegar al poder con la clásica estrategia de “llorar para mamar”. Para los demás, el país sigue siendo aparente;  para ellos no hay progreso, no existen las leyes, solo insultos, promesas, diagnósticos y amenazas.
Y si no hay servicio de las élites hacia el ciudadano, jamás tendremos el compromiso de estos y viceversa. Siempre viviremos en un país enfrentado, dividido, enojado y siempre dispuesto a revolucionar las cosas, a refundar y destruir todo lo viejo.
Un país lleno de problemas sin resolver, con una sociedad fragmentada y sin visión de futuro, carente de orden y de visión, obviamente es terreno fértil para las amenazas externas. Es verdad que no hay potencias que tengan planes de invadirnos, pero estamos violentados por el narcotráfico internacional, somos blanco fácil del delito, el contrabando y por supuesto, de todos los apetitos “legales” e ilegales que amenazan con destruir nuestro medio ambiente, los parques y los recursos que un día se terminarán y nos dejarán un desierto lleno de agujeros, cerros caídos y ríos contaminados.
Queremos explotar todo lo que contemplan nuestros ojos, extraerlo y vendérselo al mejor postor. Pero olvidamos el mejor recurso que tiene nuestro país, su gente, la juventud, la fuerza, la habilidad y el talento. Qué desperdicio, qué ceguera, qué descuido al no atender como se debe esta riqueza, con adecuados niveles de salud y educación, nada más que eso para conseguir nuestros votos y anhelos.

Exceso de sinceridad

Nunca hay que perder la fe. De vez en cuando, algún funcionario (ya sea por lapsus o por cualquier otro motivo inconfesable) decide sincerarse públicamente, así como ocurrió con el exalcalde de Santa Cruz, Johnny Fernández y su clásico “Yo no digo que roben pero saquen algo”, comentario que no fue peor sin embargo, a lo que dijo una vez el legendario sindicalista argentino Luis Barrionuevo: “Para que progrese este país deberíamos ponernos de acuerdo para dejar de robar un año”. En fin, la cosa es así de dura, como las recientes declaraciones del concejal oficialista del Municipio cruceño Rómel Porcel, quien aseguró que en la Alcaldía todo funciona en base al padrinazgo político. Dijo que los funcionarios tienen su padrino en la estructura administrativa y el que quiera retener su pega está obligado  aportar al partido, porque esa es la manera cómo funcionan las cosas. Aclaró que hay algunos trabajadores que tienen 20  y 30 años de antigüedad y a esos no se los toca, pero el resto dependen de su padrino, pues los méritos no interesan, sino la militancia. “Nadie entra por concurso de méritos, es raro el que entra (así), todos entramos por política, yo estoy por política y para que mi agrupación tenga vigencia tengo que aportar. El que quiere participar en política tiene que aportar, no es gratis. Nadie se bautiza sin padrino”, fueron las palabras textuales.

¿Quién dijo que el boliviano quiere vivir bien?

Una vez le preguntaron a un famoso filósofo europeo contemporáneo cuál es la ciudad más civilizada del mundo. Todos se sorprendieron cuando dijo Nápoles, ya que pudo haber citado una de las grandes capitales como Londres, París o Roma.
Al fundamentar su respuesta dijo que Nápoles es una urbe bajo constante amenaza, siempre al borde del abismo, del caos y la hecatombe, pero al anochecer las cosas retornan a la normalidad, aparece de nuevo el sol y todo transcurre sin terminar en guerra.
Ya que nadie en Bolivia ha ganado el premio Nóbel  y tampoco hemos conseguido en buena ley esos títulos maravillosos que tanto nos obnubilan, deberíamos disputarle a Nápoles ese sitial que le otorgó aquel pensador, quien hubiera cambiado de opinión solo con recorrer alguna de nuestras carreteras o con una visita a Palmasola.
Bolivia es un país que baila, bebe y reza al mismo tiempo que mata, tira dinamita y sufre las consecuencias de un desastre natural. Aquí todo el mundo se queja porque es miserable, porque no tiene para comer, ni vestir, pero los tres días de carnaval son nada para tirar la casa por la ventana y por eso hay Gran Poder, Urkupiña, Chutillos, Arete Guazú, Comadres, Compadres, San Roque y una innumerable cantidad de entradas y salidas.
Por eso es que cuando algunos hacen encuestas, otros preguntan por las redes sociales y otros consultan a los expertos: ¿Qué es lo mejor de Bolivia? “Su interminable capacidad para sobrevivir”. Felicidades
Bolivia.

lunes, 3 de agosto de 2015

Petardos por Cecil

Dos animalitos han acaparado la atención mundial y nacional durante la semana pasada. El primero es Cecil, un fotogénico león que se ganó el cariño de los turistas en uno de los parques más visitados de Zimbabue, país gobernado desde 1987 por el populista autócrata Robert Mugabe, que dicho sea de paso, estuvo no hace mucho en Bolivia entre la pléyade de ilustres invitados a la Cumbre G-77. Cecil murió a manos de un cazador norteamericano que está buscando la forma de desaparecer del planeta, porque todos los quieren hacer picadillo. Pero en realidad a ese hermoso león lo mató la corrupción, el desgobierno y las mafias de terratenientes y cazadores furtivos que son tolerados por el gobierno en la misma lógica que funciona en Bolivia entre el régimen y ciertos grupos que tienen hoy licencia para destruirlo todo. El segundo es Petardo, el perrito que se convirtió en el héroe de las protestas potosinas y que justamente representa el grave riesgo de que muy pronto alcancemos situaciones parecidas a las de Zimbabue.

Santa Cruz y Potosí


No es que Santa Cruz sea el modelo a seguir, pero al menos es lo más “presentable” que tenemos en Bolivia en materia de desarrollo económico y muchos de los indicadores del desarrollo humano. Y a pesar que las comparaciones son odiosas, a veces hay que hacerlas, aunque sea para extraer alguna lección del doloroso conflicto que ha ingresado en “cuarto intermedio” en Potosí, una región que periódicamente nos sacude con las pataletas de una larguísima agonía.
Todos debaten y cada uno tiene una teoría distinta que explica el “milagro cruceño”, así como son incontables los que tratan de comprender qué le pasó a Potosí, una de las ciudades más ricas del mundo convertida en un eterno mendigo que nos hace repetir la vieja cantaleta pesimista: “sentado en un trono de oro”. Ojalá un día los potosinos decidan dinamitar su famoso trono, seguramente representado por el Cerro Rico, pero lamentablemente lo quieren preservar, lo tratan de restaurar, pese a que representa el monumento a su esclavitud. Lo mismo pasa con la “sagrada hoja de coca”. La adoramos pese a que es un símbolo de condenación.
Si Potosí llora es porque sus minerales se han ido al suelo, ya que cuando están a buen precio nadie ve la pobreza, todos se compran Hummers, bailan y cantan con los gobernantes de padrinos del presterío. Por si no lo saben los potosinos y el resto de los bolivianos, la soya también se ha caído, el precio del maíz está a menos de la mitad, así como el arroz, el café y muchos otros productos agropecuarios que constituyen la principal fuente de sustento de Santa Cruz.
En su momento Santa Cruz también fue un llorón. Eran los tiempos de la monoproducción, ya sea de goma, de algodón o de caña, que a su tiempo cayeron y dejaron a los cruceños con las manos vacías. Pero afortunadamente todos aprendieron que nunca hay que poner todos los huevos en una sola canasta y así como hubo petróleo, gas, regalías, ganadería, también se tuvo que desarrollar el comercio, la industria, el turismo, la hotelería, los servicios, la gastronomía, etc.
Y aquí va el meollo del problema: Se dice que la clave de Santa Cruz fue la carretera a Cochabamba, es verdad; la inversión estatal, también es cierto; la migración del interior del país, imposible negarlo; las regalías, perfecto; todos han sido factores de progreso y desarrollo, pero quién puede negar que otras regiones no han sido beneficiadas con los mismos elementos y muchos más. Lo que recibió Santa Cruz por el petróleo y el gas en toda su historia es una bicoca comparada con lo que ha percibido Tarija en los últimos 15 años. Incluso Potosí ha captado más recursos y en eso no hay cómo contradecir al Gobierno: más carreteras, más infraestructura, más de todo, pero lamentablemente, ni Tarija ni Potosí se acercan a Santa Cruz.
Hay un solo detalle (y  qué detalle), que los diferencia y ahí radica el problema central de la sociedad boliviana que no ha sabido capitalizar el mejor momento de su historia. En los años 60 Santa Cruz sí pudo contar con energía, es decir, con gas para desarrollar cualquiera y todas las actividades que hoy le permiten diversificarse, cambiar de rubro, expandirse y no ponerse a llorar cuando se quiebra uno de los huevos.