Ha sido doloroso observar que valiosos periodistas bolivianos se han visto obligados a dejar sus espacios debido a evidentes presiones del poder político que no disimula su desdén por la prensa que denuncia, investiga, cuestiona y critica, misiones fundamentales que debe cumplir cualquier medio de comunicación que busque la manera de contribuir al fortalecimiento de la democracia y por el ende al bienestar de la población. Está demostrado que esos tres factores van de la mano de manera indisoluble.
Cualquiera que observe detenidamente la prensa, la televisión, la radio, las revistas o cualquier instrumento de comunicación masiva se dará cuenta que los espacios periodísticos están desapareciendo para dar lugar a la propaganda ya sea directa o indirecta, especialmente ligada a las instituciones públicas que derrochan ingentes cantidades de recursos en publicitar obras y gestiones, egos y figuras que todos sabemos han tenido resultados desastrosos, tal como lo acredita la situación de decenas de municipios y gobernaciones que están en la quiebra.
Los que no dan un paso al costado, como lo hizo una connotada comunicadora que no tuvo reparos en afirmar que antes de que le corten la cabeza, ella misma se la ofrece al régimen gobernante, están sobreviviendo en medio de la autocensura y la “farandulización” del periodismo que de a poco nos está conduciendo a incrementar la cantidad de basura, hecho que no le incomoda al poder, siempre ávido de circo. Aquí por supuesto se inserta el periodismo de crónica roja que inunda los noticieros y que nos da la sensación de que vivimos en una zona de guerra, elemento igualmente funcional a los intereses que nos gobiernan para el que siempre es oportuno mantener a la ciudadanía en vilo.
El poco periodismo que se está haciendo, es decir, el que busca el interés público y es irreverente con el poder, actúa bajo un constante acoso que puede llegar incluso al encarcelamiento, como ocurrió durante el conflicto potosino; también existe un hostigamiento hacia los propietarios de los medios a través de la hiperfiscalización estatal y la discriminación publicitaria que busca precisamente la muerte por inanición.
Obviamente es imposible pensar en un país próspero con una democracia saludable sin la existencia de periodistas que ejerzan su actividad en un marco de respeto, libertad y pluralismo, que promueve el debate y demanda eficiencia y transparencia a los servidores públicos. Es lamentable que Bolivia esté a contrapelo de la historia y de las tendencias mundiales que avanzan hacia los gobiernos abiertos, que promueven el acceso a la información pública y contribuyen para que los ciudadanos permanezcan siempre informados y conscientes de lo que hacen los mandatarios, aquellos que exigen el voto a cambio de respetar las leyes y rendir cuenta de sus actos.
Es verdad que las redes sociales ayudan a romper el oscurantismo y al final todo llega a saberse. El problema es que los medios electrónicos, además de impulsar la divulgación, la discusión y las críticas, también alientan la indignación de la gente y eso se puede ver muy claramente en Brasil o Venezuela, donde parecería que solo falta una gota para que todo explosione.
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