Nuestros líderes tratan de comparar a Bolivia con la realidad de los países industrializados de finales del Siglo XVIII y principios del Siglo XIX, cuando entró en auge la Revolución Industrial. En ese tiempo, la lógica normal era aprovechar “a todo vapor” los recursos naturales para alimentar la máquina del progreso y el bienestar. Todos los ríos de Europa fueron contaminados, los bosques destruidos y tuvieron que invertir millonadas para recuperar, reforestar y restaurar, porque se dieron cuenta que de haber seguido por el mismo camino hubiera significado el suicidio.
Hoy la lógica es otra. Todos conocemos el beneficio de la sustentabilidad, del aprovechamiento racional y de las grandes riquezas que puede aportar a un país el mantenimiento de los bosques. Eso no solo lo saben los europeos; en Costa Rica lo han comprobado: se puede vivir bien bajo este nuevo paradigma e incluso han llegado a suplir casi todas sus necesidades energéticas con fuentes alternativas y renovables.
Falta mucho por hacer, es verdad, pero se trata de un camino irreversible. La industria, el mercado, las grandes tendencias productivas están girando hacia la sostenibilidad y de a poco las viejas prácticas van a ir quedando obsoletas. Incluso la gente va a cambiar de mentalidad, porque no queda otra salida. El planeta no aguanta más.
Es obvio que hay quienes marchan a contrapelo de esta tendencia y no nos referimos a Bolivia, que es menos que un lunar en esta inmensa galaxia de la industria, la economía, el consumo y la producción. China, India, Rusia, Brasil, por citar solo algunos ejemplos, son países que, al igual que nuestros líderes, se niegan a “ser los guardabosques del mundo” y quieren arrasar con todo, irrespetando las normas internacionales, aquellas que las grandes potencias han comenzado a acatar. Estados Unidos acaba de aprobar un nuevo compromiso para reducir los gases del efecto invernadero, aunque los clásicos antiimperialistas y anticapitalistas seguirán apuntando sus dardos hacia los norteamericanos, pese a que no hay mejor aliado del viejo capitalismo depredador que quienes se especializan en producir materias primas para alimentar las industrias pesadas.
Todavía no vemos los resultados, pero llegará el día en que el litio será el combustible predominante en los automóviles; la población de las grandes ciudades habrá cambiado sus hábitos; habrá menos desperdicios y las fuentes de energía tradicionales habrán ingresado en retroceso. Para ese día, cuando los rusos, los norteamericanos, los chinos y todos aquellos que saben planificar a largo plazo y son capaces de reinvertir sus riquezas en reciclarse y renovarse, nosotros estaremos contemplando desiertos donde antes había montes y pedregales donde hoy corren ríos que nos posibilitan la vida y los alimentos. Y mientras que otros estarán montados en el tren de la innovación y las tecnologías amistosas con el medio ambiente, nosotros no tendremos cómo reparar los daños. Ocurre hoy con el Cerro de Potosí, que no sabemos qué hacer con él y pasa con el río Magariño en el Chapare, donde acaba de ocurrir un derrame de petróleo y que desnuda la precariedad y la chapucería de la petrolera estatal que tanto orgullo nos produce.
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