Se ha puesto de moda el federalismo, ayer fue la autonomía. Pese a que el Muro de Berlín lleva caído 26 años, hay quienes siguen insistiendo con resucitar los muertos. Cuba se vende al mejor postor, incluso si es Mr. Sam (el hambre no tiene ideología) y aun así quieren repetir ese desastre aquí, donde no falta mucho para entrar en la caída libre de Venezuela o Argentina.
Ningún sistema de gobierno o forma de Estado puede dar resultado por sí misma si no existe un cambio de cultura política. Argentina, por ejemplo, es federal, pero antes que eso, es gobernada desde los años 40 del siglo pasado por el populismo centralista, intervencionista, abusivo y corrupto que no permite advertir siquiera las bondades de un modelo descentralizado, pues la mayoría de los gobiernos locales y subregionales responden a las directrices del caudillo de turno, que “le mete nomás”, aunque sea federal.
España lleva años ya con la autonomía, pero el país no consigue salir del estigma del atraso caracterizado por la repetición de ciclos de “bonanza-crisis” que forman parte de la historia latinoamericana, donde se ha probado de todo, desde la más radical de las izquierdas, hasta la más recalcitrante de las dictaduras fascistas, sin conseguir resultados diferentes, ni siquiera la esperanza de quemar las naves del subdesarrollo. Pensábamos que Chile y Brasil habían conseguido desprenderse del pelotón, pero lamentablemente falta mucho para que surja una Corea, un Singapur o una Finlandia.
Nuestra cultura política sigue pensando exactamente al revés y por ello pone los bueyes atrás del carro. Nuestro mesianismo arraigado en los genes nos dice que será un caudillo, un líder, un sistema político, algún iluminado el que vendrá a sacarnos del pozo, cuando de esos hemos tenido de sobra, uno más hablanchín que el otro y con grandes poderes de convencimiento. Región más rica en recursos naturales no hay como Latinoamérica, pero siempre nos quejábamos de que lo que hacía falta era plata, pues el imperialismo, los precios y la injusticia nos jugaban sucio y ahí seguíamos. Pero llegó la bonanza, llovió el café, los dólares y el maná del cielo, pero seguimos contando las moneditas, haciendo cálculos y buscando la forma que la gente no note lo que está pasando: que nuestro cuarto de hora se está acabando y en cualquier momento tendremos que meter el rabo entre las piernas y pedirle auxilio a los grandotes, a esos que hemos estado insultando, por puro atrevidos nomás.
De todo lo que hemos hecho, hay algo que nos falta y ojalá un día lo aprendamos. Tenemos que formar al ciudadano, educarlo, cuidarlo para que no se enferme, para que sea creativo, trabaje y no espere que venga un cacique o un brujo, lance unos polvos mágicos para que su vida cambie de un día para otro. El día que ayudemos aunque sea un poco, a cambiar la mentalidad de la gente, con educación, con conciencia de sus roles, derechos y obligaciones, con capacidad para demandar todos los días y exigir que sus gobernantes no sean payasos y mentirosos, habrá llegado el momento de colocar adelante líderes a medida de esos individuos. Obviamente, ellos sabrán elegir no solo a sus conductores, sino también la forma de gobierno y el modelo de estado mejores. Será el ocaso de los tiranos que hoy en día hacen de todo para evitar que haya ciudadanos íntegros.
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