viernes, 18 de octubre de 2013

El aparato represivo

El exsenador disidente del MAS, Filemón Escóbar, no deja de insistir que estamos viviendo en un régimen que pretende emular los años del estalinismo en la Unión Soviética.

Por lo general, los gobiernos autocráticos siempre han sido autoritarios, pero el estalinismo fue particularmente minucioso a la hora de ejercer el control político, tratando de eliminar cualquier atisbo de disidencia o pluralismo.

Cuando alguien se refiere a que ni siquiera dentro del partido puede existir la libertad de pensamiento es porque está guiado por el concepto estalinista de “visión única”, de “centralismo ideológico” y de comunión absoluta con los postulados de la “revolución”.

El estalinismo requiere la aplicación de un esquema de vigilancia muy estricto y de un aparato gigantesco compuesto por sujetos incondicionales, capaces de cualquier cosa, pues no solo existe la posibilidad de la convicción –que es clave-, sino el temor de ser señalado como un enemigo por no aplicar a rajatabla la “tecnología revolucionaria”.

Al cabo de un tiempo este aparato parece cobrar vida propia y comienza a actuar de manera espontánea con el miedo, la zozobra y el control como estímulos constantes. Así ocurrió en las naciones de Europa del Este, en la Alemania nazi, en Cuba, donde se confeccionaron listas inmensas de individuos a los que había que vigilar; se elaboraron códigos interminables de nuevos “delitos” que había que aplicar y perseguir y por supuesto se destinaron nóminas abultadísimas de agentes y funcionarios dedicados a tiempo completo a este trabajo de purga ininterrumpida.

Cuando el ciudadano observa, por ejemplo lo que ocurrió con el expresidente del Servicio Nacional de Caminos, José María Bakovic, no tiene por qué pensar que detrás de cada uno de los 76 procesos, de cada uno de los jueces, fiscales, forenses, policías, actuarios que intervinieron en siete años, siempre estuvo presente la llamada de un ministro o la maquinación de algún jerarca político, que seguramente se encargó de dar la sentencia inicial, pero a continuación la maquinaria represiva se movió sola.

Es el mismo conjunto de engranajes que se movió para darle su merecido al profesor Vallejos de Sucre con el asunto del mural; es la maquinaria que no deja en paz y que no descansará hasta verla presa y humillada a la presentadora Milena Fernández, que no le pierde pisada a los indígenas del Tipnis, a los acusados del caso Terrorismo y a tantos otros, cuya condena ha sido decretada desde un principio, contra los enemigos y contra cualquiera que no sea capaz de cumplir las órdenes de destrucción.

El estalinismo no es más que eso y en su tiempo, la persecución, las listas, las purgas y los confinamientos llegaron a tal extremo, que hasta los más fieles servidores del régimen comenzaron a caer bajo la sombra de la sospecha, los vigilantes desconfiaban de sus propios colegas y por supuesto, surgió el espionaje, el contraespionaje y todo lo que la historia no termina de reportar de aquellos años oscuros. El caso Chaparina es un ejemplo de ello y seguramente habrá muchos más, donde comenzará a fallar el clásico “Yo no fui” y donde los engranajes comenzarán a saltar y señalar las fallas del temible aparato.

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