martes, 8 de octubre de 2013

Sociedad Cambalache

Tanto el joven asesinado en la localidad de Las Cruces, como el pistolero que lo mató a sangre fría el pasado sábado, eran personas muy bien relacionadas en Santa Cruz, integrantes de clubes, gimnasios y otros círculos perfectamente identificados y sin ningún tipo de antecedente negativo, aunque el sujeto que disparó había estado implicado en hechos ilícitos.

Ambos pertenecían a grupos de motoqueros que cada fin de semana se entregan al ruido, la velocidad y lamentablemente al exceso de alcohol, que combinados con el poder de aquellos bólidos dan como resultado un coctel de adrenalina que desencadena violencia y mucha prepotencia.

A nombre de la diversión y  la aventura nadie observa los peligros que deambulan por aquellos sinuosos caminos, donde muchos acuden a buscar al sano esparcimiento y otros, a esparcir el hedonismo, la frivolidad y la vanidad, “valores” que siempre ocasionan problemas en nuestro medio, sobre todo ahora que otra vez vuelve a campear el auge del narcotráfico y sus consecuencias, la impunidad y el poderío del dinero mal habido que fácilmente compra conciencias y se apodera de los círculos sociales, como ocurrió en los años 80 en nuestro país.

No hay diferencia con ese periodo, aunque nadie puede dejar de advertir el grado superlativo que ha alcanzado el problema en la actualidad. El narcotráfico goza de buena salud gracias a la permisividad que brindan de las altas esferas políticas que se encargan de laxar las leyes y los sistemas de control, fenómeno que también se traslada a la sociedad, donde la gente termina archivando sus principios y se entrega a la orgía del billete verde, que ahora cae de las nubes como si fuera maná.

Lo ocurrido con ese desdichado estudiante universitario es nada más que una señal de advertencia de un fenómeno que está permeando nuestra estructura social, siempre dispuesta a doblegarse ante los destellos que emiten las marquesinas del poder que se transforma en buenos negocios. Es una señal que deben percibir quienes no ven problema en que un muchacho ande armado con una poderosa pistola pese a los antecedentes delictivos que carga encima; para los que consideran que no hay riesgo en codearse con personas que no tienen oficio conocido y que hacen gala de sus posesiones y sus lujos; o para los que a nombre de la prosperidad económica son capaces de liarse con cualquiera, mientras “yo no mate a nadie, ni fabrique nada raro”.

Todos sabemos que la permisividad surge de arriba hacia abajo, que ahora ya no importa el currículum, sino el prontuario para ejercer como autoridad y que la inseguridad que genera esta situación, con asesinatos, ajustes de cuenta y secuestros, es apenas un daño colateral que a la postre se convierte en un elemento funcional de la estrategia de mantener en zozobra a la población, sobre todo a los líderes cuya misión es precisamente denunciar este contubernio delictivo y no plegarse a él como se ha hecho.

En ese caso y como ocurrió también en los años 80, debe ser la sociedad civil la que retome sus canales de debate para actuar frente a este resquebrajamiento de los valores que te lleva a relacionarte con cualquiera y a aceptarlo, sin importar el origen de su fortuna o los antecedentes delictivos que pueda tener.

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