Cada vez que se producen circunstancias tan conmovedoras como ha sido el asesinato de tres jóvenes en la ciudad de Santa Cruz, surge la preocupación del “mundo adulto” por el rumbo que va tomando la juventud en “estos tiempos difíciles”, como si fueran novedad, o mejor dicho una gran sorpresa la violencia, los excesos y la inseguridad.
Hay quienes inmediatamente sacan a relucir su vena drástica y se ponen a repensar los métodos de crianza de los niños y los más determinados proponen retomar los “viejos procedimientos”. Cualquiera sea la forma de intervenir con los niños y los adolescentes, los bolivianos en general, debemos repensar el rumbo de la familia, una institución absolutamente desvalorizada en todos los estratos sociales.
Bolivia tiene escuelas deficientes, un sistema educativo formal que no va a mejorar en el mediano plazo y lo que corresponde es que la familia asuma un papel preponderante en la formación de las nuevas generaciones. Pero antes que nada la familia debe se rescatada.
La familia boliviana ha sido azotada en los últimos años por el fenómeno de la migración. Habría que ver cuántos cientos de miles o tal vez millones de niños se han criado sin sus padres en las últimas dos décadas, desde que se intensificó el éxodo hacia Europa y ahora hacia Chile y Brasil, mientras que nuestros gobernantes se frotan las manos por el incremento de las remesas y se hace muy poco por brindarle a esos expulsados mejores condiciones de vida para ellos y sus hijos.
Qué familia va a haber en Bolivia, si primero que nada está el sindicato, la comparsa, la fraternidad, el comité, el grupo, la célula, la movida y todo lo que esta sociedad –medieval todavía-, inventa para suplir la ausencia de leyes, de instituciones modernas y de referentes que les sirvan como modelo a las nuevas generaciones. En las civilizaciones sólidas es el núcleo familiar el centro de la socialización de los niños; es el lugar insustituible en el que se inculcan los valores, del trabajo, la honestidad la disciplina, que luego le darán sostén a la colectividad. ¿O es que alguien cree que se puede aprender esas cosas en otro lugar?
Para que haya familia debe haber modelos. Tanto dentro como fuera del hogar. Primero los padres, por supuesto. ¿Por qué nos apresuramos a juzgar la conducta de los jóvenes, las borracheras, la violencia, el desenfreno, la fantochería y la vanidad, si los adultos hacen exactamente lo mismo? ¿Acaso los chicos aprenden eso en otro lado que no sea su casa y con el ejemplo? Antes de tomar la vara, los padres deben examinar qué están haciendo ellos mientras sus hijos deambulan por las calles.
¿Y afuera cómo estamos? Solo observe. El crecimiento de la economía ilegal, los negocios turbios que florecen como hongos, los funcionarios implicados en el narcotráfico surgen por decenas, el chantaje, la extorsión, la corrupción, el derroche, el engaño, la apología del circo como sinónimo de política y la promoción de la transgresión como señal revolucionaria.
Es obvio que los jóvenes están viendo todo lo que ocurre. Ven que el enriquecimiento ilícito es ahora la manera más fácil de prosperar y que la violencia es el patrón de la conducta aceptada. Peor aún, ve que los líderes que antes enarbolaban la libertad, la democracia y la legalidad, ahora se rinden ante los pies de la montonera que trata de aprovechar al máximo su cuarto de hora. Antes de marchar por la paz o de juzgar a los jóvenes habría que pensar en todos esos elementos y apelar a la responsabilidad.
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