Pasando por alto una orden del vicepresidente García Linera, la empresa Air Catering, de propiedad de la cuñada del segundo mandatario, se aferra al contrato de 18 millones de bolivianos que firmó irregularmente con la compañía estatal BoA.
La empresa afirma que defenderá su contrato ante las instancias judiciales, algo que resulta muy cuestionable ya que justicia y legalidad en Bolivia dependen casi exclusivamente de los niveles políticos. Y cuando se habla de "ética", el otro concepto que se puso por delante al momento de hablar de BoA y sus nexos con el poder, lo normal y aceptado en este país ha sido siempre aprovechar las ventajas, las relaciones y la cercanía con los mandamases de turno. Esa ha sido y seguirá siendo la manera de actuar de las empresas y de quienes hacen negocios en nuestro país.
No hay por qué juzgar a BoA ni a Air Catering, ambas entidades han actuado de la manera cómo se ha hecho política y economía desde que llegaron los españoles a América. El que manda lo hace porque pertenece a una casta, a un grupo o a una corte y el que progresa económicamente, el que hace empresa o crea riqueza es porque recibe favores de ese entorno palaciego.
Eso explica en gran parte, el estado primitivo de nuestra democracia, siempre dependiente del uso de la fuerza, de la cooptación de la justicia y del dominio de los medios de producción para ejercer el poder y por otro lado, la precariedad de nuestra economía, dominada por una burguesía excesivamente sometida a los favores del Gobierno, atada a los contratos con el Estado y carente de creatividad, puesto que no hace falta inventar nada, innovar y menos buscar cambios en las relaciones políticas, pues eso implicaría encarar una verdadera revolución y no y un simple cambio de dueño, como fue la Guerra de la Independencia o como fueron todas los "procesos de cambio" de la historia de Bolivia y de casi toda América Latina.
Eso explica -dice el filósofo español César Vidal-, por qué en América Latina jamás surgirá un Bill Gates o un Steve Jobs, individuos que se han hecho millonarios con la simple iniciativa propia, sin apelar a los favores del Estado. Eso explica -decimos nosotros-, por qué el boliviano Marcelo Claure, apodado el rey de los celulares, puede hacerse millonario en Estados Unidos y es incapaz de montar una pequeña fábrica en Bolivia, porque el poder lo llena de trabas y de obstáculos, coimas y trámites. Eso explica por qué la economía boliviana está atada desde la Colonia al extractivismo, a la explotación de recursos naturales y por qué las puertas de la industrialización están cerradas y por ende, clausurados los caminos de la modernización, la diversificación y la competitividad que nos mantienen en el atraso y la pobreza.
Por eso es que el estatismo no es como lo definen en teoría, un mero modelo económico destinado a aprovechar mejor los recursos en bien de la sociedad. El estatismo es un concepto metido hace 500 años en nuestra mentalidad, en la del niño que no necesita esforzarse para sobresalir; el obrero que cobra su sueldo así sea productivo o no y el empresario que no tiene por qué ser audaz ni asumir riesgos porque su supervivencia está amarrada a los poderosos, a los de hoy y a los que vendrán después. Cambiar eso significará una verdadera revolución.
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