viernes, 25 de abril de 2014

Hablemos de trabajo


Cada año, cuando está por definirse el porcentaje de aumento salarial en el país, la población contiene el aliento como si se tratara del sorteo del número gordo de la lotería. Habitualmente, la revelación de la dichosa cifra viene precedida de arduas negociaciones, movilizaciones, dinamitazos, marchas y huelgas, por lo que al final, el monto  fijado es considerado como una conquista por unos y una derrota por otros.

Esa es la manera cómo la sociedad boliviana ejerce cada año una labor pedagógica hacia las nuevas generaciones. Es la manera cómo le dice a los trabajadores, que las cosas se ganan peleando en las calles, convenciendo a los otros con raros artilugios y amenazando con paralizar, boicotear y perjudicar las labores productivas. Algo debe haber de malo en esta estrategia, pues en Japón los obreros hacen todo lo contrario cuando buscan un aumento: trabajan horas extras.

Vamos al aumento definido en estos días. El salario mínimo ha sido fijado en 1.440 bolivianos y supongamos que de aquí en adelante, si la economía sigue tan boyante y bien manejada como la pintan nuestros gobernantes, el incremento se mantiene en 10 por ciento por año. En 20 años, ese trabajador, que todos los años soñará y peleará por su “diezmo”, que rogará para que el Gobierno exprima a los empresarios y que venderá su alma al diablo si es necesario para obtener su aumento, no llegará a los siete mil bolivianos, que en 2034 seguramente seguirá siendo un sueldo de hambre, como bien lo definen los dirigentes, algunos de los cuales pelean hoy en el 2014 un sueldo de ocho mil bolivianos, porque según ellos, esa cifra es adecuada al costo de vida.

Cómo debería pensar un trabajador del Siglo XXI, que no considere el aumento salarial como una dádiva que le llega del Gobierno, como una victoria política o como un acto de resentimiento hacia la “clase empresarial” a la que siempre han mostrado en Bolivia como el gran enemigo. Necesitamos cambiar de mentalidad y pensar que el aumento viene en función de nuestra capacidad productiva individual. El incremento debería ser sinónimo de ascenso, de crecimiento, de aprendizaje y promoción, de aumento de las habilidades y competencias y en ese sentido, un trabajador que empiece ganando hoy esos 1.440 bolivianos, no solo que llegará mucho más rápido a los siete mil bolivianos, sino que en su camino habrá producido más, habrá ayudado a crecer a las empresas y aportado a la generación de más empleos y de mayor calidad para sus hijos y sus nietos.

Obviamente, un trabajador de esas características surge de un Estado abocado a mejorar las escuelas, a promover la capacitación y a invertir más en ciencia y tecnología para que tanto obreros como empresas gocen de mejores perspectivas productivas que ayuden al crecimiento sostenible, a la industrialización y la competitividad. Para un obrero con ese discernimiento, pensar en un aumento del 10 por ciento, que mide por igual a los empeñosos, a los vagos y a los borrachos, es nada más que la señal de un tercermundismo impulsado por líderes políticos que se creen dioses por haber aprobado un incremento salarial que desfachatadamente llaman “digno”.

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