Una de las derrotas que más le ha dolido al oficialismo es la producida en la ciudad de El Alto, la "cuna del proceso de cambio", donde Soledad Chapetón obtuvo un contundente 55 por ciento, uno de los porcentajes más abultados conseguido por los opositores en las elecciones del domingo.
Pese a algunos gestos de autocrítica, el presidente Morales ratificó la idea de fuerza que dominó la campaña previa a los comicios subnacionales: "Me cuesta mucho trabajar con gente de la derecha, prefiero hacerlo con las organizaciones sociales", manifestó el mandatario minutos después de haber reconocido que en La Paz hubo voto castigo por la corrupción, refiriéndose obviamente al escándalo del Fondo Indígena, una instancia dominada precisamente por sindicatos afines al régimen. Toda una paradoja inexcusable.
No hay duda que el domingo hubo un gran perdedor y fue justamente esa prepotencia desplegada por el oficialismo, mientras que del otro lado hay muchos ganadores, especialmente el hastío por el abuso de un gobierno que parece empeñado en mantener genio y figura. Ese sentimiento se ha manifestado en el apoyo a diversas agrupaciones, líderes y colores que manifiestan también diferentes ideologías y visiones que son opositoras, pero que están muy lejos de constituir una sola oposición sólida y bien articulada.
Es de esperar que los operadores políticos que controlan el poder hegemónico actúen a partir de ahora como los lobos que tienen al frente un rebaño disperso al que atacarán en forma individual, como sucedió luego de los comicios de 2010, a través de una guerra judicial y el arma más letal que tiene en sus manos el centralismo, el control de los recursos, que de acuerdo a las amenazas, solo se usarán en aquellos sitios de probada fidelidad y con los líderes que manifiesten su genuflexión ante el régimen, cuyo objetivo es sumar más peso a su lista de "funcionales" una forma avanzar que le ha dado excelentes resultados, sobre todo en Santa Cruz, una de las pocas regiones donde el MAS sigue ganando espacios.
Si el oficialismo tiene sus vicios, los opositores no son de otro planeta y naturalmente obedecen a la misma línea de la política criolla. Todos los líderes que ganaron ayer quieren ser presidentes y todos tienen muy clara la meta de todo dirigente boliviano: conseguir cuotas de poder y utilizar el clientelismo (llámese repartija de pegas) como método de supervivencia. Es por eso que no hay partidos políticos, no hay estructuras, ni ideologías, liderazgos duraderos ni procesos que vayan más allá de uno o dos periodos constitucionales.
Si el presidente cumple con su amenaza y que nadie duda que lo intentará, no faltará quien rompa las filas por las migajas que el centralismo pueda ofrecerle y de esa manera, en poco tiempo, la voluntad popular expresada en las urnas hace dos días quedará en el olvido. No vamos a exigirles a los opositores lo imposible, es decir, que construyan un frente común capaz de edificar una alternativa, pero al menos podrían trabajar en función a unos consensos que incluyan la defensa de la democracia, el rechazo a la ilegalidad y los abusos y el rescate de la autonomía que se ha expresado en el sufragio de los bolivianos. Al menos podrían generar fuerza para que de una vez por todas se produzca el Pacto Fiscal.
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