Faltaban empadronadores para censar en la zona donde vivo y para que no quede gente sin registrar, me ofrecí de voluntario y la verdad que disfruté al máximo una experiencia que seguramente será inolvidable. Nunca me había sentido tan bienvenido en una casa. Nunca habían sido tan amables conmigo unos perfectos extraños que me tocó censar. Fueron 54 personas que me hicieron tomar refresco hasta el cansancio, lo que me permitió sacar la primera conclusión. Nuestra gente, nacida aquí o llegada de todos lados del país y el exterior, sigue comportándose como las personas abiertas, sencillas y hospitalarias que no cambian de actitud por más que desde todos lados los incitan a la confrontación.
La población se ha tomado el censo más en serio de lo que uno podría pensar. Mucha disciplina, excelente comportamiento ciudadano, gran acogida, mucha sinceridad en las respuestas y un alto grado de confianza en el proceso. Sería una canallada que los politiqueros de siempre se encarguen de arruinarlo todo.
La famosa preguntita de las nacionalidades y las etnias, al final se quedó en la anécdota y en la risa. Ojalá que nuestros gobernantes se dieran cuenta del ridículo que están haciendo al tratar de manipular las cosas. Un párrafo aparte merece todo ese ejército de voluntarios que llegó temprano a recibir su material. Mucha juventud valiosa, chicos que me dejaron boquiabierto por su entrega y su gran sentido de ciudadanía. Un párrafo aparte para los universitarios brasileños –eran la mayoría en mi área, que le pusieron empeño a esta actividad y supieron responder a la convocatoria que les hicieron sus profesores.
Como postdata les digo que fue nomás bueno llenar las boletas del censo con lápiz. Me evitó muchas chambonadas que a la postre se hubieran convertido en pérdida de tiempo y en algunos casos, en la distorsión de los datos. Otra cosa en con guitarra.
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