Ha quedado demostrado que los juegos de palabras y las interpretaciones amañadas son mucho más importantes que la democracia y las leyes en Bolivia y eso explica por qué el Tribunal Constitucional ha fallado en contra del principio de la alternancia en el ejercicio del poder, clave en el modelo representativo aún está vigente en el país, al menos hasta que alguien decida declarar oficialmente que hemos pasado a un régimen dictatorial, algo que no parece estar lejos de producirse.
Finalmente, el Tribunal Constitucional ha seguido el mismo paradigma del oficialismo, para el que importa más el tamiz político que las normas y la Constitución y para el que toda “estrategia envolvente” y cualquier trampa que se pueda aplicar es válida para justificar la impostura.
Desde el punto de vista jurídico, aceptar una tercera postulación presidencial y del vicepresidente, contraviniendo las reglas previamente establecidas, constituye uno de los más grandes retrocesos en el proceso de la construcción democrática que empezó en 1982 y podría abrir un nuevo periodo de inestabilidad de graves consecuencias para el país. Nadie menosprecia el apoyo popular que Evo Morales haya acumulado y que sea capaz de mantener en un futuro, pero no hay duda que optar por el caudillismo en lugar de fortalecer las bases legales e institucionales de Bolivia, no hace más que postergar la construcción de un Estado, misión que ha estado vigente desde 1825 en este territorio.
Esta decisión no deja de socavar también las propias bases que el Estado Plurinacional pretendía llevar adelante a través de un concepto muy abarcativo del “cambio” que involucraba por supuesto, el manejo de la Justicia. Acaba de confirmarse que todo lo realizado hasta ahora, incluyendo algunas recientes pantomimas de integridad del Tribunal Constitucional, no ha sido más que una estratagema dirigida milimétricamente a consolidar una autocracia que tiende a convertirse en la más longeva de la historia de Bolivia.
El ejercicio de un tercer mandato consecutivo es algo inédito en Bolivia y solamente se explica por el afianzamiento de un sistema caudillista apuntalado a su vez por una crisis política preexistente, que tuvo como caldo de cultivo el arribo de periodo de bonanza rentista que ha impulsado una repartida descomunal, que pone al país a la cabeza de las naciones que más despilfarran en subsidios innecesarios, pero imprescindibles en un esquema populista.
La consolidación de un sistema de corte autoritario y personalista que enfatiza en el monopolio del poder y de la administración de los recursos económicos, está permitiendo que todo este “verano” de buenos precios, histórico para el país, se convierta nada más que el deleite pasajero de algunos grupos y de los mismos sectores que enfrentan con preparación el auge de buenos ingresos. El problema es que no se están atacando las estructuras que fundamentan la pobreza y el atraso y estamos muy lejos construir un modelo productivo sostenible que le asegure a Bolivia el despegue que están consiguiendo con mucho éxito nuestros vecinos.
Lamentablemente todos estos problemas, a los que deben sumarse los abusos de poder, la corrupción y la deficiente administración, tienden a agravarse en la medida que se extiende y se ratifica la vigencia del poder en tan pocas manos.
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