El Gobierno boliviano odia a los medios independientes, pero no resiste la tentación de acudir a ellos cada vez que se le presenta la oportunidad. Eso le pasó hace unos días al presidente Morales, cuando estuvo de visita en la ciudad de Atlanta para entrevistarse con Jimmy Carter y no desaprovechó la ocasión para conceder una entrevista a la cadena internacional CNN, que lo esperaba con una pregunta muy incómoda para él. “¿Es usted autoritario”?, le espetó el periodista Rafael Romo ante las cámaras. El jefe de Estado contestó con tanta prepotencia, que no hicieron falta muchos detalles para que las cosas queden perfectamente claras.
Esta conducta se repite en todos los regímenes populistas de la región, que han desarrollado agresivas políticas para limitar el accionar de los medios privados y al mismo tiempo, han invertido millonadas en comprar medios para ponerlos al servicio del Gobierno, crear nuevos órganos de propaganda y, por supuesto, hacerles la guerra a los pocos que han podido sobrevivir los embates. Eso lo hemos podido ver con mayor claridad en Venezuela, Ecuador, Argentina y Bolivia, donde existe el claro objetivo de establecer una voz única y oficial, como ha sucedido en las dictaduras comunistas que consiguieron establecer altos niveles de censura y de monopolio de la comunicación.
El problema no es fácil y menos ahora que la ciudadanía dispone de múltiples y variadas herramientas tecnológicas, muy baratas y fáciles de usar, para comunicarse, propalar sus ideas y para difundir las pocas noticias que no llevan el rótulo propagandístico del régimen.
En Argentina, por ejemplo, el 80 por ciento de los medios de comunicación del país están ligados de forma directa o indirecta al régimen de Cristina Fernández y se encargan todo el tiempo de difundir las supuestas bondades de un Gobierno que está salpicado de corrupción por todos lados. El 20 por ciento restante lo componen algunos periódicos y redes de televisión, que paradójicamente tienen mucha más audiencia y por supuesto, mucha más credibilidad que todos los canales, diarios, radios y revistas oficialistas, en las que el Gobierno invierte cifras astronómicas para mantenerlas bajo su control.
Es tal la fuerza que ha cobrado la prensa libre en Argentina, que hasta el fútbol fue derrotado en su intento (más bien del régimen) por destronar el nivel de audiencia del periodista Jorge Lanata. En el país de Messi y Maradona, las denuncias de corrupción que hizo el polémico presentador de “Periodismo para Todos” tuvieron mayor rating que el partido River Plate-Arsenal, que el Gobierno había fijado para la misma hora, porque como sabemos, el Gobierno argentino también controla el fútbol.
Afortunadamente, en ninguno de los países en los que se ha producido un hostigamiento como el citado líneas arriba, se ha impedido que la verdad de los abusos, el autoritarismo, la corrupción y la ineficiencia haya salido a la luz, ni siquiera en Cuba, donde la dictadura comunicacional ha sido derrotada por una sola periodista que apenas escribe unas cuantas letras todos los días en ese poderoso instrumento llamado blog.
Y es que así como el poder descontrolado de gobiernos que en su momento fueron legítimos termina corrompiéndose, la comunicación oficial, que actúa como cómplice de los atropellos, pierde completamente la eficacia que buscan los autócratas. Prueba de ello es lo que acaba de ocurrirle a Mario Silva, el periodista más fiel a Hugo Chávez y que cayó en desgracia al poco tiempo de la partida de su mentor.
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