Los acomodados en el poder y los que seguramente están convencidos de que las cosas duran para siempre, celebran con mucho júbilo el derribamiento de algunos mitos de la política boliviana, cuando en realidad estamos hablando de ciertos récords, muy correctos ciertamente, pero que no son más que anécdotas que sirven para anotarlos en esos clásicos almanaques de entretenimiento.
Además es bueno celebrarlos, aunque sean mitos nomás. Se dice que la izquierda había sabido administrar bien; que los indígenas están viviendo como reyes en este nuevo orden; que el proceso de cambio no está haciendo nuevos ricos, sino que está democratizando la distribución de la riqueza entre nativos, campesinos y obreros; que el Estado resultó ser un buen conductor de las empresas públicas; que no hacen falta las recetas del FMI y el Banco Mundial y que ya no necesitaremos más a Estados Unidos ni a ningún otro imperio.
Todas son medias verdades sujetas a muchas dudas que se suman a otros datos muy concretos que son dignos de celebrar, como la estabilidad política que surge del gobierno más longevo de nuestra historia, que mantiene su liderazgo después de nueve años y que ha logrado obtener un tercer mandato gracias a la confianza de las urnas. Es más, si se lo propusiera, tal vez Evo Morales logre superar al cruceño José Miguel de Velasco, que fue presidente de Bolivia en cuatro ocasiones.
Como se puede ver, marcas y estadísticas son los que sobran en nuestra historia y no por eso deja de ser dramática y preocupante, pues todavía estamos muy lejos de romper con las tristes realidades bolivianas.
El primero de ellos está relacionado justamente a la razón que hizo presidente durante tanto tiempo a Velasco. Aquel célebre militar tenía su ejército propio surgido en el periodo de las republiquetas y fue el que puso la cuota indispensable para que Bolivia pueda existir como país desde 1841, cuando se produjo la victoria de Ingavi y se disiparon los riesgos de desintegración del sueño de construir una república.
Desde aquel entonces, no ha habido un solo gobierno boliviano que no esté sostenido por la muleta de las armas y estamos muy lejos de que la estabilidad, la paz social y la convivencia entre bolivianos estén ancladas en el bienestar de la ciudadanía. Sólo hay que mirar el presupuesto que se va en defensa y seguridad del Estado para darse cuenta de que el verdadero enemigo no ha sido derrotado ni mucho menos.
Nueve años de estabilidad y 14 años de continuidad partidaria tampoco es una gran hazaña en esta Bolivia de innumerables procesos truncados, que no han sobrepasado los 20 años. Por lo general, las revoluciones, los procesos de cambio y otros movimientos se han terminado con la muerte o la jubilación del caudillo, pues hasta ahora ningún partido ha sido capaz de fomentar los nuevos liderazgos y el recambio generacional para librar al país del patológico mesianismo que nos saca de un pozo para meternos a otro.
La realidad más importante de Bolivia es su fragilidad y su dependencia de factores externos, originada en su condición de país primario exportador. Hemos atravesado el periodo de bonanza más importante de nuestra historia y la amenaza de volver a la condición de mendigo sigue latente y mucho más ahora que el periodo de “vacas gordas” parece acabarse.
Al margen de cualquier consideración ideológica, no se puede dejar de celebrar los avances logrados, pero estamos todavía lejos de cantar victoria y de afirmar que en Bolivia existe un Estado capaz de asegurarnos la estabilidad, no en base a las botas y los fusiles, sino anclado en la sostenibilidad, pues ahora que baja el petróleo y los minerales, la fragilidad vuelve a aparecer como un gran fantasma.
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