Cada vez que llegan las elecciones generales en Bolivia, la palabra que más se repite es “cambio”. En teoría llevamos nueve años de cambio y se nos dice que son los más profundos, los más significativos y los más revolucionarios y favorables a la gente que se hayan dado en la historia nacional.
No es la primera vez que se habla en esos términos, que se menciona el término “revolución” y que se asegura que Bolivia será distinta a partir de ahora. Es verdad que ha habido avances. En cada etapa se han dado algunos pasos ¿por qué no? Nuestro país se beneficia del progreso mundial, goza de los beneficios de la ciencia, de los descubrimientos y las conquistas que genera el conocimiento. ¿Pero cuál es el cambio que necesitamos y en el que debemos ser protagonistas?
Siempre se ha dicho que Bolivia necesita un Estado, tarea que está pendiente desde 1825, pero al cabo de nueve años de un proceso histórico en términos políticos y económicos, llegamos a la conclusión de que esa meta no se ha cumplido. Tenemos un gran aparato, una inmensa burocracia, una enorme maquinaria represiva y una avalancha de leyes, gastos, empresas, ministerios, mecanismos y papeleos, pero sigue en deuda la construcción de un ente que sea capaz de generar políticas públicas destinadas a solucionar problemas estructurales, que países vecinos han comenzado a vencerlos rápidamente porque cuentan con la debida institucionalidad que aquí ha sido nuevamente confundida por el corporativismo prebendalista y corrupto. Exactamente más de lo que siempre tuvimos.
La gente asiste alborozada a los actos proselitistas y votará con entusiasmo este domingo convencida de que este es el camino correcto, la construcción de un estado fuerte, muy cierto, pero que en definitiva ha conseguido únicamente la autoprotección de la inestabilidad y la autorreproducción, porque la construcción de un estado orientado hacia el ciudadano, hacia los derechos, las necesidades, la prosperidad general y el bien común está todavía muy lejos.
No podemos exigirle a un régimen que está hace menos de una década en el poder, que cambie la historia de casi 200 años de vida republicana. Pero sí es imprescindible exigirle cuentas de lo que ha hecho con el periodo de bonanza económica más significativo de nuestra existencia como país. Con tantos ingresos, equivalentes a los 80 años anteriores al 2005, se hubiera podido empezar a construir un nuevo modelo productivo en base a patrón diferente a los recursos naturales. Con tanta energía a disposición, se podría haber iniciado la transformación que necesita Bolivia para dejar de ser un país altamente dependiente, frágil e inestable. A cambio de esto, se ha optado por un esquema de capitalismo de Estado, el mismo de siempre pero muchísimo más grande y por ende, mucho más corrupto e improductivo.
La única alternativa que nos queda para iniciar un verdadero cambio en Bolivia es “generar ciudadanía”, construir redes que sean capaces de despertar conciencia de que nuestro país necesita desprenderse de muchas taras como el caudillismo, la mentalidad rentista, la corrupción, el desapego a las normas, la falta de respeto a los demás y sobre todo, de la creencia de que el Estado está para facilitar beneficios personales que a la postre se convierten en males sociales. El problema es que hasta en este punto hemos empeorado.
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