A simple vista y a juzgar por los discursos y algunos hechos concretos, se puede afirmar que la educación está mejorando en Bolivia. Desde que el Gobierno creó el Bono Juancito Pinto y puso en marcha un plan nacional de alfabetización, se pudo observar su gran preocupación por el tema educativo, lo que no necesariamente significa que esté interesado en mejorar la calidad.
Nadie puede dudar que darles computadoras a los maestros y a los estudiantes, mejorar los colegios, organizar un curso de formación para los docentes que ahora tienen el título de licenciados y elevar el presupuesto en la educación, son hechos relevantes que podrían llevarnos a concluir que Bolivia está dando pasos certeros en este campo. Pero insistimos: No todo lo que brilla es oro.
La educación es para un régimen político como el que nos gobierna desde el 2006, un componente esencial de la consolidación hegemónica, de la reproducción del poder y del traspaso de la visión dominante a las nuevas generaciones. La escuela es, tal como lo hicieron los cubanos, asesores de primera línea del “proceso de cambio”, el mejor ejército del que se pueda destinar para conseguir la perpetuidad que tanto se menciona y que se denomina muy elegantemente como “revolución cultural”.
Existe la sospecha de que la repartija de computadoras es un mero acto proselitista, una manera de “echarse al bolsillo” a los padres, a los maestros para alinearlos al régimen. La prueba es que paralelo al regalito no existe un plan concreto para modernizar la educación boliviana; no se dispone ni siquiera de la conexión a internet en las escuelas, tampoco hay planes ni contenidos de estudio digitales y el famoso satélite que fue vendido como el gran salto en el campo de la educación, la ciencia y la tecnología, apenas servirá como una repetidora muy cara del canal oficial para que los chicos, la gente del campo y las provincias no se pierdan el discurso diario del presidente Morales.
Los maestros bolivianos, a los que mucha falta les hace la preparación para transmitir lo mejor de la cultura universal a los niños, ahora tienen el título de licenciados gracias al programa estatal de capacitación Profocom, definido por los mismos docentes, como el más grotesco acto de adoctrinamiento, en el que se mezcla una ideología recalcitrante con un desdén por el conocimiento científico y un endiosamiento de supuestos saberes ancestrales de dudosa procedencia.
Un detalle que indica muy bien que el Gobierno no quiere buena educación sino jóvenes eficazmente adoctrinados son las nuevas normas que fomentan la permisividad, la mediocridad y el mínimo esfuerzo en las aulas. En Bolivia ya no existen los aplazados, se fomenta la trampa con una mal impuesta “autoevaluación” y se estimula la confrontación entre padres y maestros, quienes deberían ser aliados en el objetivo de formar niños mejor preparados para resolver problemas, para transformar la situación de pobreza del país y aportar al desarrollo de la nación y no ser el tonto útil de un gobierno en particular.
En este momento, en el mundo hay una preocupación generalizada por lograr educación de calidad, por la innovación, por elevar los niveles de evaluación, de medición, por la ciencia, la tecnología y por conseguir que las aulas se conviertan en factores de desarrollo, no de reproducción política. En el mundo globalizado se entiende por cultura a la capacidad transformadora de la sociedad, por la fuerza capaz de crear mejores condiciones de vida y por el estímulo a la creación, el emprendimiento y la libertad de pensamiento. Y eso no es precisamente lo que ocurre en Bolivia, a pesar de las apariencias.
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