En México son muy populares los cantantes y las canciones que ensalzan a los narcos. Los traficantes tienen sus propios santos a los que les rezan para que sus cargas lleguen a buen puerto.
Los narcotraficantes controlan cientos de municipios y en gran parte de ellos no hace falta usar intermediarios, pues son los mismos capos de las bandas los que controlan la política, se presentan a elecciones y las ganan “legalmente”. Hacen obras, la gente los apoya y por supuesto, protege sus actividades.
Hay evidencias de que el narcotráfico no solo controla casi toda la economía ilegal, compuesta de lavado de dinero, tráfico de armas, prostitución, trata de personas y de inmigrantes, sino que han incursionado en los rubros formales como la minería, la industria textil y por supuesto, el poderoso sector petrolero.
Joaquín “El Chapo” Guzmán es considerado un “Robin Hood” por gran parte de la población. Algunas celebridades del cine y de la televisión se expresan con mucha bondad sobre él y muchos consideran que este hombre no es más que un mito, una suerte de fantasma usado por las estructuras de poder mexicano para depositar en él todas las culpas que tiene que esconder en relación al narcotráfico y las ramas conexas del crimen.
Pese a que el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, dice que la segunda fuga del jefe del cártel de Sinaloa es una afrenta al Estado, todo parece indicar que el narcotráfico no solo tiene más poder que el Estado, sino que las mafias son parte de un Estado al que le conviene más tener a "El Chapo" afuera, como cabeza de turco, que adentro con grandes posibilidades de revelar detalles muy complicados para el establishment mexicano.
Es verdad que la fuga de este delincuente es una humillación para el pueblo mexicano, pero no hay que olvidar que pese a todo el sufrimiento causado en la gente, no parece haber consenso en la opinión pública, los votantes y la población en general para tomar una determinación firme que le permita a México eludir el camino hacia un narco-estado como sucedió en su momento en Colombia, que en lugar de "El Chapo" Guzmán tenía a Pablo Escobar y como ocurrió en Bolivia y su Roberto Suárez Gómez. En ambos países hubo el convencimiento general de que había que cambiar la historia y así sucedió, aunque hoy nuestro país esté recorriendo el camino inverso.
En algunos países los poderes públicos han sucumbido ante el ímpetu de los narcotraficantes que hoy se dan lujos mucho más grandes que los de "El Chapo" Guzmán, aunque no sean tan evidentes ni espectaculares. Ayuda en mucho, el debate que se ha instalado acerca de la legalización de las drogas, apoyado de manera subrepticia por algunos gobiernos que se están comportando con mucha ambigüedad con los traficantes.
Mientras el status legal de las drogas no cambie, hecho que tomará mucho tiempo y que algunos ven inviable, actuar con dobleces es mucho más perjudicial todavía, pues se está ayudando a fortalecer a las mafias, se contribuye a la violencia y a la humillación de la gente de bien que trabaja y busca la prosperidad en apego a las normas.
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