La cuerda siempre se rompe por la parte más débil y nuevamente es Potosí el primero en mostrar las consecuencias de la caída de los precios de las materias primas, que han causado una erosión de más del 30 por ciento en los ingresos por las exportaciones nacionales.
Los potosinos quieren hablar con el presidente para exigirle que salve la minería, que utilice el “proceso de cambio” para auxiliar a los más pobres, pero el Primer Mandatario se niega, porque esta vez no tendría más remedio que decirles la verdad y eso implicaría reconocer que todo este periodo de bonanza no sirvió de nada y peor aún, que no se puede hacer nada, que la pericia en el manejo económico no era como la pintaban los ministros y que todo fue apenas otra burbuja inflada por el fenómeno de los precios y la demanda internacional que se ha caído hasta nuevo aviso, con tendencia a empeorar.
El caso de Potosí no tiene solución y su tragedia se ha venido repitiendo desde mucho antes que llegaran los españoles a América. Los conquistadores convirtieron a esta ciudad en el centro del mundo y desde entonces ha estado repitiendo ciclos de abundancia y de miseria, cuyo balance es naturalmente la extrema pobreza, la eterna fragilidad y la dependencia que los pone ahora de rodillas ante un gobierno que se encumbró gracias a los buenos años de Potosí y de otras partes de Bolivia y que ahora ignora los lamentos porque no tiene las respuestas adecuadas y sobre todo no tiene qué hacer por los potosinos.
Los potosinos tienen la culpa, no hay duda. Ellos no saben hacer otra cosa que incurrir en la monoproducción y con eso le hacen el juego a cada régimen político que les endulza los oídos, que los utiliza y los termina engañando. Aunque parezca increíble, eso está pasando también con la quinua, el nuevo producto estrella de Potosí que ha caído en desgracia por la sobreoferta, porque no hubo la visión de darle valor agregado, de crear una cadena productiva alrededor de este valioso cereal andino, desarrollar agroindustria, incursionar en otros rubros. Es la mentalidad extractivista que tanto se promueve en el país y que está arraigada en Potosí como en ningún otro lado.
Todos los gobernantes han tenido la oportunidad de cambiar la realidad de Potosí , pero la ocasión de los actuales ha sido inmejorable, pues han conducido la etapa de mayor auge del extractivismo de la historia, el periodo en el que los precios de los minerales extraídos del subsuelo potosino se multiplicaron por cinco, dinero que sirvió para comprar los aviones y helicópteros que le permiten al Presidente viajar a todos lados, que le posibilitarían ir en este momento a Potosí a dialogar y explicarles las cosas a los que claman y protestan. Pero eso sería imposible porque hay cosas que no tienen explicación.
Las perspectivas que ahora tienen los potosinos es aceptar las viejas fórmulas que se han repetido cada vez que han aparecido las vacas flacas: abandonar sus minas a cambio de una pequeña compensación, emigrar, aceptar la relocalización o cambiar de rubro, meterse a la agricultura, donde quedarán a expensas del clima, porque allí tampoco llegará nadie a hablar con ellos y menos a ofrecerles “proceso de cambio”.
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