Hay mucho de fariseísmo en esa actitud tan dura que muchos asumen cuando juzgan las respuestas que dan las candidatas a los diferentes concursos de belleza. Son hipócritas los que tratan de engañar al público con el cuento de que esos certámenes –inscritos como eventos culturales-, valoran la supuesta preparación intelectual de las concursantes, cuando en realidad solo les importan los estereotipos de belleza muy bien aderezados con las avanzadas técnicas de cirugía plástica.
Son fariseos también porque al igual que aquellos citados en la Biblia, les ponen trampas a las jovencitas, las hacen pecar con preguntas complicadas que ni ellos mismos –o los que critican-, serían capaces de responder satisfactoriamente y menos frente a las cámaras de televisión.
Qué bueno sería poner a todos los bachilleres, a los universitarios, a los licenciados y los que se hacen llamar doctores, de cualquier estrato social, región o situación económica a responder preguntas de un jurado sobre temas elementales, muy básicos, temas que supuestamente se aprenden en la escuela y que deberían ser imprescindibles para hacerse llamar “bien educados”.
Todos los años vemos cómo nuestros chicos que han terminado el colegio fracasan de manera vergonzosa en los exámenes de ingreso a las universidades públicas. El nivel de aprobación es bajísimo y apenas el 20 por ciento de los bachilleres consigue un puesto en la “educación superior”, término muy engañoso pues las universidades son el espejo de lo que ocurre en los colegios.
Pero no vamos tan lejos. Hablemos de cosas tan elementales como la lectura y la escritura. En el año 2011 se publicó un estudio de la Universidad Católica Boliviana en La Paz y el Programa de Investigación estratégica en Bolivia (PIEB) denominado “Cómo leen y escriben los bachilleres al ingresar a la universidad” y los resultados fueron alarmantes.
De acuerdo a las conclusiones, solo el 35 por ciento de los graduados de los colegios alcanza un rango superior de comprensión en la lectura de textos básicos y la gran mayoría apenas puede obtener información de lo que lee. Cuando se trata de hacer razonamientos o deducciones a partir de la lectura, el primer porcentaje baja a 32, mientras que otro 35 por ciento atraviesa graves deficiencias y el resto se queda en un nivel medio.
Si observamos el nivel de la escritura, la situación es peor todavía. Más del 52 por ciento de los jóvenes que salen del colegio no son capaces de estructurar un texto básico y solo el 11 por ciento es capaz de alcanzar el rango superior, lo que implica redactar oraciones coherentes y transmisión de ideas a través de la escritura. En el caso más avanzado, es decir, encadenamiento de párrafos para elaborar un mensaje coherente, apenas el 4,3 por ciento consigue el nivel máximo y más del 55 por ciento se sitúa en el nivel medio y bajo.
Otros resultados preocupantes: Solo el 6,4 por ciento de los bachilleres tiene una ortografía aceptable; el 63 por ciento de los docentes cree que el nivel de lectura de los estudiantes es mínimo; en el caso del nivel de la escritura, el 83 por ciento de los profesores considera que no se logra una buena competencia en este aspecto y por lo tanto muchos no son aptos para ingresar a la universidad y desarrollarse con éxito en un campo profesional exigente. Es obvio que con esos resultados, en Bolivia nadie quiera a poner a prueba la educación, salvo las concursantes de belleza.
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