jueves, 10 de diciembre de 2015

¿Cambiará Venezuela? ¿Cambiará Argentina?

Muchos de los argentinos que sueñan con un cambio genuino esperan que Mauricio Macri pueda llegar con la receta justa para devolver al país a su época dorada, cuando ostentaba el título de potencia planetaria, líder internacional en exportaciones, el granero del mundo, con lingotes de oro amontonados en  los pasillos el Banco Central.
La otra porción de los habitantes sigue esperando la reencarnación de Juan Domingo Perón y Evita, con todos sus beneficios, regalos, ventajas para la clase obrera, expropiaciones, guerra contra los ricos y un derroche de favores y socorros para la gente, para los descalzos y descamisados.
En el caso de los venezolanos existe un consenso muy bien establecido en la realidad de un país que es dueño de una de las reservas petroleras más importantes del mundo: todos, absolutamente todos, sienten que tienen derecho a vivir de esa riqueza y reclaman una porción de su torta, que ahora ha disminuido y que ya no alcanza para mantener los niveles de repartija que manejaba Hugo Chávez.
En los tres casos, se trata de sociedades tuteladas, la potencia exportadora Argentina fue producto de una era postcolonial conducida por Inglaterra; el peronismo fue una fuerza político-militar arraigada en el nacionalismo que se benefició de varias décadas de acumulación de riqueza y finalmente, la realidad venezolana está anclada en los recursos naturales que han dado como resultado una población inerte, a expensas de las élites que hoy, como siempre, proponen cambiar.
¿Qué tanto puede cambiar una sociedad que depende casi exclusivamente de un solo recurso? ¿Qué tiempo le pueden dar a un gobierno para que busque un modelo de sostenibilidad?
Macri dice tener una estrategia lista contra la inflación, los precios y algunos otros indicadores. En Bolivia podríamos darle cátedra de todos los trucos monetarios que se pueden aplicar para conseguir estabilidad macroeconómica, una virtud que ostentamos desde 1985, sin que ello implique una verdadera transformación hacia la competitividad, es decir, hacia un sistema productivo que funcione sin sobresaltos, con mayor independencia y que sea capaz de asegurar un mínimo de bienestar a la población, amenazada constantemente por la precariedad socioeconómica.
Y cuando nos preguntamos si pueden cambiar Venezuela o Argentina, deberíamos mirar también a la situación de Chile o Brasil, por citar los países mejor posicionados, que también sufren la fragilidad de un modelo altamente dependiente de las materias primas, con sociedades de mentalidad caudillista y mesiánica, esperanzadas en que un día vendrá un Perón, un Chávez, un Evo o un Lula a cambiar radicalmente la situación, a ponerle comida al plato y llenarle el tanque de gasolina.
Si los diputados que han ganado en Venezuela o el nuevo presidente de Argentina no le dicen la verdad a la gente, es decir, que la única forma de conseguir la prosperidad de un país es con el trabajo individual, con emprendedores, con la inteligencia y el conocimiento de todos, no existen posibilidades de hacer transformaciones significativas.

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