miércoles, 9 de diciembre de 2015

El monstruo que devora a sus hijos

Algunas respuestas que dan los jerarcas del “Proceso de cambio” en relación a la corrupción nos dan una idea del escaso conocimiento que han desarrollado acerca del manejo de la cosa pública. Diez años deberían ser suficientes para exigirles respuestas más coherentes, pero a lo mejor no es falta de sapiencia y son otras cosas nomás, como decía el poeta uruguayo Zitarrosa.
Ojalá alcanzara con crucificar a todos los corruptos y aunque existiera una norma al respecto, habría que ver quién, en este bendito país, es el responsable de aplicar semejante sanción, contra quiénes y con qué fines. Mejor pensemos en otra forma porque, tal como marcha la justicia, es probable que los martirizados no sean los enemigos de lo ajeno, sino precisamente los que suelen pedir cuentas y demandar transparencia.
Uno de los fundadores del régimen que ha opinado sobre el escándalo del Fondo Indígena ha llevado las cosas a la cuestión étnica, preguntándose cómo es posible que una campesina de pollera pueda cometer actos espurios, cómo se puede admitir que una dirigente de tanta trayectoria se manche las manos. Exceso de candidez o cinismo en su máxima expresión.
La exministra Nemesia Achacollo, una de las que más tiempo se mantuvo en el gabinete debería ensayar una explicación más creíble para convencer de que no tiene responsabilidad en los malos manejos del Fondo Indígena. Con tanta experiencia como servidora pública y al menos un par de décadas en el plano sindical, pretende hacernos creer que no pudo hacer nada con una gavilla de corruptos que según ella le respondían como niños malcriados en plena farra. ¿Tanta trayectoria en el liderazgo no le sirvió para imponer su autoridad, al menos para salvar la imagen de los indígenas que ahora está más manchada que nunca?
Los que ahora se muestran ingenuos y se rasgan las vestiduras, fueron muy inteligentes, astutos y sistemáticos a la hora de desmantelar el aparato estatal y jurídico destinado a salvaguardar los bienes públicos. En los diez años de gestión jamás han aplicado las leyes que garantizan la supervisión, tampoco incurren en prácticas como la licitación, las convocatorias, los concursos de mérito y la institucionalización de los cargos. Se burlan de todo eso y pasan por alto constantemente.
Fueron muy calculadores a la hora de modificar la Constitución y poner al presidente por encima de los poderes republicanos, con la potestad de nombrar, designar, poner, proteger, encubrir y destituir, algo que en teoría política se llama absolutismo, pero que aquí se lo bautizó con el rimbombante Estado Plurinacional, un adefesio hecho para practicar toda clase de desmanes administrativos. Eso sí, la fiscalización, el control y la persecución funciona solo para los enemigos, como sucedía en los viejos estados medievales.
Este inmenso artefacto en el que meten mano movimientos sociales, sindicatos, compadres, “vacas sagradas”, avalados y bendecidos del régimen solo podía dar como resultado un monstruo indomable que ahora está comenzando a devorarse a sus propios hijos. Y si no lo detienen, terminará destruyendo a todos.

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